Para hacer malabares en la calle, como dicen en su reportaje, es necesario primero practicar, los malabaristas pasan varias horas del día dedicados a mejorar sus técnicas y trucos, se esfuerzan por lograr un show mejor cada día. Se corren varios peligros y se sortean dificultades como a veces tener un público difícil, alguien que no sepa apreciar un arte milenario y el esfuerzo ajeno por no hacer daño a nadie y ganarse con el propio esfuerzo el pan de cada día, pues para robar y ganar dinero fácil no es necesario pasar muchas horas aprendiendo a tirar tres naranjas al aire. Si no me creen, los reto a intentar hacer cualquiera de las maromas que vemos cada día en las calles, para que así puedan llamar vago a cualquier malabarista.
Desde los 20 a 25 años fui malabarista callejero, pues estaba en la universidad y no tenía con qué pagarla, necesitaba trabajo y lo que me ofrecían era seis horas diarias por 80 dólares al mes, a excusa de que el trabajo es a medio tiempo y no poseo un título, necesitaba otra manera de ganar dinero, para un bachiller estudiante universitario chiro conseguir un préstamo y montar una microempresa es un sueño prácticamente imposible. Mi solución fueron los malabares, estudiaba teatro a la vez que mi carrera; así que apliqué lo uno, tres naranjas y una combinación de ropa estridente sí era una inversión posible para mi parca economía.
Gracias a los malabares pude terminar mi carrera de chef, ahora tengo un increíble trabajo en Guayaquil.
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Esta carta la dirijo a todas esas personas que salen de su trabajo con estrés y tienen la oportunidad por un par de segundos de disfrutar de una sesión de malabares hechos para tocarle el corazón y alegrarle el día. ¡Vamos, que una moneda de diez centavos no enriquece ni empobrece a nadie!
Juan Pablo Aguilar
chef, Guayaquil