Pequeñas y grandes empresas impulsaron el avance económico citadino.
Desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, el servicio y negocio de las piladoras y molinos de arroz ayudaron sobremanera al desarrollo comercial de Guayaquil y le dio un sello inconfundible a su imagen urbana tal cual lo hicieron el cacao, café y otros productos que se consumieron en el país o eran enviados a otros por las casas exportadoras existentes.
Los locales se incrementaron cuando en los hogares campesinos y aun urbanos poco a poco se descartó la tradicional y poética costumbre de dejar lista la gramínea para el consumo humano mediante el procedimiento manual con la ayuda del pilón, mano y otros accesorios. Asimismo, por la llegada de una novedosa maquinaria que abrevió tiempo, trabajo y, por supuesto, impulsó la producción y comercialización del producto en la nación y fuera de ella.
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Tan común como fue observar en populares sectores guayaquileños los establecimientos que compraron y vendieron cacao y café no sin antes asolearlos y ensacarlos en amplios patios, tendales e incluso las calles circundantes donde se ubicaron, los dedicados al arroz también protagonizaron simpáticas estampas con el arroz al término de su viaje en lanchas y camiones desde poblaciones del Guayas, Los Ríos y lugares cercanos al puerto principal.
La mayoría de las piladoras del Guayaquil de antaño que ahora son parte de su memoria, estuvieron en las inmediaciones de los barrios de La Atarazana, el Astillero, el Camal y Centenario, generalmente a orillas del río Guayas, pues eso facilitó la movilización del producto por muelles y embarcaciones. La febril acción de empresarios y obreros complementó el cuadro característico del comercio local que formaron fábricas, aserríos, curtiembres, tiendas, etcétera.
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Cuando en las propias zonas productoras del grano se instalaron servicios similares, las piladoras guayaquileñas perdieron su razón de ser y pasaron al baúl de las remembranzas, sin que se descarte eso sí el vital papel que tuvieron en el afianzamiento del comercio porteño y el desarrollo regional. Muchos testimonios ratifican la importancia de dichas empresas que aún siguen vivas en el recuerdo de incontables guayaquileños testigos de su trabajo fecundo.
Ensayamos entonces un breve inventario de esos comercios más conocidos que sus propietarios en anuncios de diferentes tipos, incluidos los de los periódicos como EL UNIVERSO los solían mencionar como ‘fábricas’ de pilar arroz. Entre ellos están la Máquina de Pilar del Astillero, de Pomeyrol y Pons, establecida en 1892, en Vivero y Los Andes (García Goyena), y La Colombia, fábrica de pilar arroz, de Francisco E. Ortiz, en la avenida 3ª Industria (Eloy Alfaro). No hay que olvidar La Fama (Vivero entre Azuay y Oriente, frente al río Guayas); San Pablo (Robles 501 y Francisco Segura); Castelar (San Martín 311 y Chimborazo), San Luis (Vivero 501, al lado del Arsenal de la Marina), Ecuador (Malecón y El Oro); Cóndor (Chambers y Robles, de Carrera y Nuques); Guayaquil (Chambers y Vivero, establecida en 1936 por Pedro J. Méndez Navarro); y Molino Nacional C.A. (Cinco de Junio y General Gómez, de José Pons).
También la de la Casa Española (Vivero y Vacas Galindo), San Antonio, de Enrique J. Menéndez G., en El Oro 101, y la Nuques, de Francisco C. y M.G. Nuques, en la avenida Cuba, actual Domingo Comín. Igualmente las que estuvieron localizadas en La Atarazana como la Sucre, llamada antes Elvira, de Leopoldo Umpiérrez, la América y la Piladora Modelo, del Banco Nacional de Fomento, una de las más grandes y más modernas con silos para almacenar miles de quintales, como Molinos Guayas, entre otros.
Sectores
Las piladoras de Guayaquil estuvieron en los barrios de la Atarazana, el Astillero, el Camal y Centenario.