De pequeña estatura, voz ronca y una barba y cabello encanecidos en los últimos años, Luiz Inácio Lula da Silva, ex soldador y sindicalista metalúrgico, de 61 años, tiene una vida que parece una de las lacrimógenas telenovelas que prefiere antes que un libro.

Séptimo de ocho hermanos, nació el 27 de octubre de 1945 en Garanhuns, Pernambuco, el empobrecido noreste brasileño. Su madre los crió sola y recién a los 5 años conoció a su padre, el analfabeto Arístides da Silva, quien tuvo 22 hijos con dos mujeres: Lindu, la madre de Lula, y Valdomira, prima de la anterior.

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A los 7 empezó a trabajar en Sao Paulo vendiendo tapioca y naranjas en un muelle. Fue limpiabotas y acabó la primaria en 1956. Es el primero de la familia con un título: tornero mecánico.

En 1966 entró al sindicato metalúrgico de Sao Bernardo, que presidió en 1975 y del que lideró las huelgas de 1978 contra la dictadura (1964-1985).

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Su primera esposa murió en un hospital público. De la segunda, la actual primera dama, Marisa Leticia Rocco de Silva, tuvo tres hijos.
Además, otra hija reconocida.

En 1980, con la apertura política, Lula se juntó a un centenar de obreros e intelectuales para fundar el Partido de los Trabajadores (PT), que lo postuló a la presidencia cuatro veces: 1990, 1994, 1998 y 2002, año en que llegó al poder con 52 millones de votos, enfundado en sobrios trajes y con un lema de “paz y amor” que hizo olvidar al desaliñado barbudo que pregonaba socialismo y revolución.

Ya en el gobierno llevó a su gabinete por las regiones más pobres del país, para que sus ministros de “buena cuna” sintieran el olor de la pobreza, pero en lo económico no dudó en abrazar la ortodoxia, por lo que fue llamado “neoliberal”, por la izquierda.

En su camino a la reelección se le cruzó el enemigo más inesperado: uno de los mayores escándalos de corrupción de Brasil, centrado en el PT y en sus más fieles escuderos.

Apareció entonces el Lula pragmático. Se dijo “traicionado”, desmarcó al gobierno del PT para acoger partidos de centro y derecha, y sostuvo que “jamás” fue de izquierdas, sino solo “un sindicalista”.

Ese pragmatismo y su sintonía con las masas, que lo ven como un “hijo del pueblo”, que habla con los mismos errores de dicción y que lo alejaron de los escándalos fueron sintetizados en el lema de su campaña: “Lula de nuevo, con la fuerza del pueblo”.

OPINIONES

EL INMIGRANTE
Lula es el inmigrante pobre del mísero noreste brasileño que consiguió llegar a lo más alto en un país donde la mayoría de las personas no ve un futuro para sus hijos, dijo Antonio Flavio Testa, sociólogo de la Universidad de Brasilia.

UN PARIENTE
En un país con una brutal desigualdad y pobreza, “el pueblo se identifica con alguien que comenzó de la nada y siente que cualquiera podría estar en su lugar. Lo sienten como alguien próximo, un padre, un pariente”, afirma la psicóloga Cristina Godoy.