Dos buses fueron quemados ayer, a un año de las protestas por la muerte de dos jóvenes migrantes.

Cientos de personas, la mayoría jóvenes de familias inmigrantes, marcharon ayer en un suburbio parisino para recordar el aniversario de dos muertes que detonaron los peores disturbios que afectaron a la capital francesa en casi 40 años.

Ayer se cumplió un año de la revuelta que estalló cuando Bouna Traore y Zyed Benna,  hijos de inmigrantes, de Clichy-sous-Bois, periferia de París, fallecieron electrocutados al refugiarse en un transformador para huir de la Policía.

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“Realmente puedes sentir la ira y el sufrimiento de la gente de Clichy-sous-Bois”, dijo Soumeya Ata, quien viajó desde el pueblo de Pau, suroeste del país. Muchos manifestantes vestían camisetas con el lema “Muertos por nada”.

Los disturbios del 2005 fueron los peores en París desde las manifestaciones estudiantiles de 1968, y originaron tres semanas de  violencia, más de 10.000 autos incendiados y decenas de edificios destrozados. Las pérdidas se estimaron en 160  millones de euros (192 millones de dólares).

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Las tensiones siguen altas en los empobrecidos suburbios de Francia, con escasas posibilidades de trabajo, discriminación racial y sentimiento generalizado de alienación de la sociedad. “Nada ha cambiado”, dijo Rafika Benguedda, una estudiante de 21 años.

Ayer, hombres encapuchados y armados atacaron e incendiaron dos autobuses en Blanc Mesnil, en las afueras de París.

El conductor y los pasajeros fueron amenazados y obligados a bajar del vehículo sin lamentar heridos.

El jueves, otros tres autobuses habían sido quemados en París, uno de ellos por un comando armado con pistolas, un hecho inédito en Francia.

La dirección general de la Policía Nacional francesa dispuso la movilización de 4.000 uniformados anoche para dar seguridad a los ciudadanos en los barrios potencialmente conflictivos.

A raíz de los hechos del año pasado, el país reconoció sus fallas para ofrecer igualdad de condiciones a las minorías –especialmente a los inmigrantes árabes y africanos– y a los cinco millones de musulmanes que viven en Francia.

Muchos inmigrantes y sus descendientes franceses sufren acoso policial, y tienen dificultades para conseguir trabajo y vivir en barriadas de viviendas públicas plagadas de delitos y pobreza. Francia aprobó una ley de igualdad de oportunidades y destinó fondos a las áreas más delicadas, pero el descontento persiste.