El tiempo transcurrido no cierra las heridas que hasta hoy arden en el corazón de Wilma Castro, de 26 años, una de los nueve sobrevivientes del naufragio de hace un año. Solo el deseo de ver crecer sana y feliz a su hija Lesly, de 7 años, le da fuerzas.

Wilma fue una de las más afectadas por las quemaduras del sol en su cuerpo durante los cinco días que permaneció con sus compañeros en alta mar, aferrada a un tanque plástico de combustible. Las cicatrices en su pecho y cuello testimonian lo que vivió.

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Pero aunque estas heridas físicas ya no duelen, la pérdida de su hermano Cristian, de 16 años, quien desapareció junto con la embarcación, es el dolor que la aqueja cada noche, cuando intenta dormir.

“Ya no grita como antes, pero no deja de soñar que su hermano la llama desde el mar, vestido de blanco y con una dulce sonrisa”, afirma su mamá, Victoria Castro, quien se lamenta de que hasta ahora ninguna entidad las apoye para acabar de pagar sus deudas.

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Wilma obtuvo un crédito de 25 mil dólares para terminar de construir su casa hace tres años. Cuando aún estaba casada su esposo enviaba el dinero, pero luego de su divorcio asumió sola el pago.

Por eso intentó tres veces llegar a EE.UU. La primera vez la deportaron de México, donde permaneció encarcelada  tres meses, sin que su familia tuviera noticias suyas; la segunda ocasión regresó de Guayaquil; y la tercera convenció a su hermano para que la acompañara.

A esa deuda se sumaron los $ 2.000 que dio al coyote para el viaje de ella y su hermano. Esos montos no termina de pagar. Wilma es la más desconfiada de los sobrevivientes. Asegura que todas las ofertas de ayuda fueron mentira.