Quienes emplean el sistema aseguran que no genera gastos, solo la compra de la alarma y conexión.

Los vecinos de la cooperativa de vivienda Paco Oñate, en el sur de Guayaquil, salen ahora al portal de sus casas a conversar y plantearse juntos ideas para mejorar su barrio.

El brote de violencia incontenible en el que vivían descendió al instalar alarmas comunitarias como una alternativa contra la delincuencia. Un bingo y una colecta lo hicieron posible.

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En la cooperativa de vivienda Paco Oñate, al sur de la ciudad, los asaltos a taxistas, el robo a personas y los crímenes, a cualquier hora del día, eran las escenas que a diario les tocaba presenciar y vivir a la comunidad.

Hoy, William Roberto Arias y sus vecinos salen al portal de sus casas a conversar y plantearse juntos ideas para mejorar su barrio. El brote de violencia incontenible en el que se desenvolvían bajó ante la opción de instalar alarmas comunitarias como una alternativa contra la delincuencia.

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“No encontrábamos solución hasta que decidimos convocarnos y adoptar esta medida”, expresa Arias, presidente de esta cooperativa. Pero para que diera efecto, dice, se debió llegar a un acuerdo: Cada vez que sonara “todos debíamos salir armados con lo que sea, con palos, piedras, bates, machetes o cartucheras”.

La convocatoria tuvo eco. Realizaron un bingo y cada morador colaboró con 2 dólares. Con los fondos adquirieron seis alarmas que están colocadas en los postes de alumbrado público y conectadas, a través de un cableado, a 110 interruptores que corresponden al mismo número de casas asentadas en seis manzanas.

En Guayaquil, los habitantes de al menos seis barrios que tienen el sistema afirman haber frustrado asaltos y mejorado sus vidas. Los resultados en unos son más efectivos que en otros, pero todos coinciden en que la unión contribuye al éxito.

La Unidad de Policía Comunitaria (UPC) del Comando Guayas Nº 2 no registra el número de barrios que poseen alarmas porque a veces son colocadas por iniciativa de la comunidad sin asesoría. Están instaladas en los postes de alumbrado público, terrazas o en un sitio específico de las viviendas. Todas, por seguridad, se activan desde el interior.
Algunas son digitales y en otras se pulsa un interruptor.

En la cooperativa Nueve de Octubre, donde habitan uniformados de la Comisión de Tránsito del Guayas (CTG), colindante con la Paco Oñate, el sonido de la sirena provoca la reacción inmediata de los moradores.

“Antes salíamos con palos y piedras ante la falta de patrullajes”, explica Carmen Sotomayor, presidenta de la cooperativa. Ahora tienen cuatro policías en la UPC que funciona hace un año en el parque del sector.

Los robos a las casas han disminuido hace tres años con el funcionamiento de ocho alarmas instaladas en ocho manzanas, asevera Sotomayor, que proyecta con la comunidad colocar en la UPC un sistema directo a las casas.

Quienes residen en la cooperativa de vivienda Mariuxi Febres-Cordero, en el Guasmo Sur, aún recuerdan el azote de cinco bandas de pandilleros en el 2004.

Con el aporte económico del Movimiento Mi Cometa, la comunidad obtuvo tres alarmas digitales que están conectadas a cerca de 140 viviendas.

Los norteamericanos que llegan cada año por medio de la fundación para efectuar trabajos comunitarios en esta zona marginal caminan tranquilamente por las calles de la cooperativa. Sonríen, saludan y trabajan junto con los moradores. La escena es normal.

Clemente Chóez, presidente de la organización comunitaria Unidos Somos Más de esta cooperativa, señala que al comienzo las alarmas “eran mal utilizadas por los menores y también por los mayores, debíamos comprender que no se trataba de un juego”. Se requirió primero de un proceso de concienciación y capacitación de la población.

El sector cuenta con el apoyo de cuatro uniformados en la UPC 62, que se enlazan en su patrullaje con las UPC 65 y 37 de las cooperativas Derecho de los Pobres y Martha de Roldós, respectivamente.

En el norte de la ciudad, Mercy Loor comenta que la colocación de las alarmas en 20 viviendas en Sauces 9, donde reside, ayudó hace dos años “en algo” a bajar los robos. Un vecino, que casi fue víctima de un asalto al pie de su casa, impulsó la creación de un comité y la instalación de estos aparatos, cuyos parlantes hoy lucen oxidados en los postes de alumbrado público. El comité desapareció, pero aún están conectadas las alarmas.

Para Hipólito Gálvez, de 79 años, la iniciativa de colocar una sirena en su vivienda, ubicada en Cuatro de Noviembre entre la 18 y la 19, le surgió hace 10 años. Abundaban “los ladrones y fumones y no había patrullajes”. Sentado en el portal de su casa bajo la sombra de un árbol,  afirma que la bulla los ahuyentó. Hoy cuentan con patrullajes y una UPC.