Uno de los pocos lugares donde aún se venden estos mobiliarios es la Casa del Mimbre  de los Santillán.

En estos días, en las casas guayaquileñas la hamaca se está convirtiendo en un mobiliario en vías de extinción. Antes en una casa podían faltar la cama y su respectivo colchón, la cuna para el último de los vástagos, pero jamás la hamaca de mocora.

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Fue el mueble que convocó la atención de los extranjeros que nos visitaron. Sobre ella descansaron huyendo del calor y los mosquitos algunas generaciones. A bordo de su vuelo ejercieron la tertulia y deliraron de amor. El vaivén memorioso y elogioso de esta crónica es en su honor.

La hija de los trópicos
En 1808, arriba a Guayaquil William Bennet  Stevenson, secretario del presidente de la Real Audiencia, Ruiz de Castilla. Stevenson como buen viajero escribe sus impresiones: “La hamaca es un mueble indispensable en toda casa. Muchas veces he visto en un solo cuarto cinco o seis de estas. Se las fabrica con pita, una especie de paja, y se las pinta de varios colores; están tejidas y confeccionadas de manera que al ser extendidas son muy anchas y pueden albergar dos, tres o hasta cuatro personas. Se las extiende de una pared a otra de los cuartos, y los habitantes las prefieren a cualquier otro mueble de reposo; en realidad las hamacas tienen ventajas peculiares, ya que al ser puestas en movimiento, la corriente de aire que se produce es muy refrescante; además el movimiento evita toda posibilidad de que la persona sea mordida por los mosquitos”.

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De los extranjeros que nos visitaron, Alexandre Holinski escribió en 1851, el más extenso comentario sobre  la hamaca y además se revela como un ardiente admirador de las bellas guayaquileñas: “Las hamacas de Guayaquil, fabricadas en paja muy flexible pero muy resistente, tienen una bien ganada reputación. Su precio varía en 25 a 200 francos, ellas duran quince años y más, ya que son confeccionadas con cuidado. Todas las clases y todas las edades de la población utilizan estas hamacas, los niños no tienen otra cuna y no pudieran tener otra mejor. Es el mueble favorito de las mujeres (...) Cuando una bella guayaquileña está casi al mismo tiempo en reposo y en movimiento, plena de dulce languidez y de atracciones eléctricas, ella encarna a los ojos de los visitantes extranjeros, a la hija de los trópicos, tal cual ellos lo habían soñado. La mujer asociada a la hamaca, he allí la poesía del Ecuador”.

Rodolfo Pérez Pimentel en El Ecuador profundo cuenta el papel de las hamacas en las costumbres sociales de Guayaquil, cuando las visitas comenzaban a las 19h00 y no duraban más de hora y media porque a las nueve todos se recogían a dormir: “En la cuadra y el cuarto de estar siempre había una hamaca grande y central para dos señoras, la de la casa y la visitante. Y a los dos lados, tres o cuatro hamacas pequeñas, de pared, para el resto de la concurrencia”.

Otra visión y otro ambiente es el que describe el español Francisco Ferrandiz Alborz cuando en 1936 publicó 25 Estampas de Guayaquil. Una de ellas dedicada a las prostitutas de la calle Machala: “Esos cuartuchos inmundos, con la lámpara de querosene parpadeante, la hamaca en el centro meciendo la figura pintarrajeada y escuálida de la ramerilla, mostrando una contorsión de piernas que quieren ser provocativas”.

Ese ambiente de la calle Machala (mujeres que aguardaban a sus clientes bajo los portales y también meciéndose en hamacas en las casas de cita) fue atrapado, en una serie de dibujos –que en la actualidad difunde el Municipio- por el pintor quiteño Luis Wallpher cuando atracó en el lujurioso puerto de Guayaquil.

El último vuelo
Para averiguar por la actual suerte de la hamaca, conversé con Gustavo Santillán, propietario de La Casa del Mimbre (Eloy Alfaro 1014 y Gómez Rendón). Hace 30 años cuando inició su negocio, lo que más vendía eran las de mocora –100 al mes- que costaban 20 mil sucres. “Esas hamacas son tan finas y durables que las personas las compraban para dejarlas de herencia”.

Ahora solo vende 5 al mes porque cuestan entre 100 a 120 dólares. Las mejores las elaboran –durante quince días– los tejedores de Calceta y Santa Ana (Manabí).

La más fina es conocida como “hamaca de mocora sacada” y mide un metro cincuenta de ancho por dos metros y veinticinco de largo. Una de sus características es que mientras más se utiliza más suave se hace la paja.

Hay también las de mocora corriente (la de dos plazas cuesta $ 60 y la de plaza y media $ 45) y hamacas más populares: de lona, de paja toquilla, de hilo de algodón puro. Estas últimas tienen acogida por su diseño y colores, pero no igualan la calidad de la mocora.

Dicen que el origen de la hamaca es el Caribe. Es un dato que habría que verificar.

¿Pero no le parece que el mejor lugar del mundo para leer este periódico es al vaivén de una hamaca?

Tengo 30 años vendiéndolas (hamacas de mocora) y recién me han traído una para que le ponga una costurita que se ha ido.  Si es que ha durado tantos años es porque es  buena.
Gustavo Santillán,
dueño de La Casa del Mimbre.