En el feriado de carnaval que acabamos de pasar, fui a disfrutar del paisaje y las tradiciones de Gualaceo con familiares y amigos; departía en casa de uno de ellos a las 18h00 del lunes 27 de febrero, cuando afuera un delincuente drogado rompió el vidrio de uno de los carros aparcados (a 30 metros del sitio de entrada de las motocicletas de la Policía Nacional), y se robó la radio del vehículo y escapó.

Todos los varones salimos a buscar al sujeto, mientras que las mujeres se quedaron cuidando los otros vehículos estacionados, pero qué sorpresa, el ladrón volvió al lugar del delito a robar nuevamente; sin embargo, la valentía de las damas lo enfrentó mientras abría la puerta de uno de los automotores.

El ladrón tiró su destornillador al suelo y fugó para refugiarse rápido en casa de su familia, cerca del lugar.

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Se formó entonces un grupo de ciudadanos que también había sido agraviado con robos similares recientes, y en manifestación pública reclamamos justicia en el umbral de la casa del hampón.

Un policía nos miró y dijo que no había orden de allanamiento y nada se podía hacer. Mientras que en su carro, otro de los agraviados, llevó a tres agentes más, pero dijeron lo mismo; entonces tres de las víctimas entraron a la casa del antisocial donde lo encontraron junto a cientos de evidencias y trataron de sacarlo a la fuerza, pero ahí sí intervino la Policía para proteger al hampón y lo llevó a la cárcel de Gualaceo, pidiéndoles a los perjudicados que vayan a presentar la denuncia al fiscal de la ciudad.

En la Fiscalía, una secretaria y otros miembros de la misma entidad, incluidos tres policías en trajes deportivos mojados, con sus cabezas y rostros llenos de talco, atendieron a los denunciantes.

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Llegó el fiscal y ante las primeras indagaciones dijo que nada podía hacer por falta de evidencias, y solicitó a los agraviados que al día siguiente o el Miércoles de Ceniza, con un abogado presenten la denuncia y la evidencia.

Un perjudicado protestó al fiscal y este ordenó a los policías su detención. El ladrón en cambio, descansaba plácidamente en una celda muy bien protegido por la Policía.

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Los agraviados molestos por la forma cómo se lleva la ley en Gualaceo y resto del país, se resignaron a regresar a sus viviendas y otros a sus lugares de orígenes, con sus vehículos rotos y sin recuperar sus pertenencias robadas.

Quedaba atrás en Gualaceo esa casa con las cientos de evidencias, y el “choro” agradecido y riéndose a mandíbula batiente de los ciudadanos y turistas a los que robó en el feriado de carnaval, quienes ahora en sus urbes siguen trabajando para volver a comprar lo que perdieron y otras cosas que nuevamente serán robadas por “choros” como el de este suceso inaudito.

Luis Maldonado
Guayaquil