Las cámaras respondieron así a la propuesta oficial de que estas pongan gente de su confianza para que dirijan la Corporación. No cabía aceptar semejante sugerencia, así sea por el hecho de que se la podría interpretar como un intento de acallar con prebendas las justas críticas del sector privado.

El Estado y los empresarios deben delimitar sus áreas de influencia. La confusión entre ambos no es conveniente. Las consultas y el diálogo han sido escasos o no han existido, pero eso no se remediará haciendo que el sector público abandone sus responsabilidades.

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La presencia de las verificadoras es un ejemplo que dice mucho. Cuando estas ingresaron al esquema aduanero, se suponía que serían una pieza clave para combatir la corrupción, y que sería por poco tiempo. Ninguna de esas dos premisas se cumplió. Hoy las aduanas continúan igual o peor. Hay verificadoras honestas, pero también las hay que desbordan corrupción.

Lo que falta entonces no son soluciones artificiales, sino voluntad política en ciertos funcionarios, que alternan sonrientes con conocidos contrabandistas en lugar de hacer lo que haga falta para meterlos en la cárcel.