Los jóvenes ya no quieren elaborar las tejas y dicen que prefieren emigrar a las grandes ciudades.
En el corazón de la provincia de Imbabura se encuentra la comunidad El Tejar, sector rural ubicado al sur de Ibarra, que por años fue considerada la principal fuente proveedora de tejas y ladrillos en el norte del país.
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En ese lugar, atrás quedó la época cuando un fabricante de tejas vendía de 15.000 a 30.000 unidades mensuales, a compradores que llegaban desde el centro del país y del sur de Colombia, para adquirir el producto.
Teodoro Andrade, un hombre que a sus 76 años se resiste a dejar morir el oficio, indica que los artesanos del barro vivían de esa fuente de ingresos por los réditos económicos y trabajo que era constante.
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Hasta la década del noventa en El Tejar, calificado así en honor al arte de las tejas, los galpones y hornos utilizados para esa tarea eran numerosos y la labor que se realizaba, ardua.
“Menos personas se dedican a esta ocupación, los jóvenes ya no quieren mantener la tradición, prefieren emigrar a las grandes ciudades (Quito, Guayaquil) en busca de mejores empleos”, señala Andrade.
Comenta que hasta antes de la dolarización en el país, a diario llegaban los camiones y volquetes a cargar el producto.
“Ahora hay menos interés, incluso una gran cantidad de hornos está destruido y abandonado”, expresa un poco estremecido.
Las casas de cemento
Según los artesanos, el motivo principal para debilitamiento del negocio son las construcciones modernas que ya no utilizan ladrillos y mucho menos tejas. “Prefieren terrazas de cemento y bloques”, indica Andrade.
Mientras que Gonzalo Pupiales recuerda orgulloso cómo hace 50 años, junto con sus padres y abuelos, se dedicaban a dar forma a la masa de tierra lodosa.
Expresa que gracias a su trabajo en las tejas y ladrillos educó a sus ocho hijos.
“La plata nos alcanzaba para comer y vivir bien”, declara, mientras sus manos moldean el barro a ritmo acelerado.
Pupiales, que labora con varios jefes y en diferentes días, manifiesta con cierta displicencia que “como están las cosas, la tradición de nuestros ancestros está a punto de morir”, agrega.
Problemas
Las parcelas de donde se extrae la tierra para elaborar el barro se están erosionando y comenzando a quedarse en cangahuas (piedras arcillosas).
Ahora a los habitantes de El Tejar, de donde también es originario el alcalde de Ibarra, Pablo Jurado, no les queda otra alternativa que dedicarse a la agricultura, aunque ellos sostienen que ya no es una actividad rentable.
BARRO
BARRIOS
Los barrios Santa Rosa, San Francisco, Romerillo, Santa Lucía, entre otros, conforman El Tejar, una comunidad asentada en las faldas del volcán Imbabura; en su tiempo, la elaboración de tejas fue la principal actividad.
GANANCIAS
Un artesano trabaja dos o tres días a la semana, gana $ 10 diarios, y su obligación es entregar al empleador 1.750 tejas diarias moldeadas y listas para el secado.
LEÑA
Para cocer las tejas o ladrillo en el horno se necesitan tres metros cuadrados de leña o madera, especialmente de eucalipto, porque es la que mejor quema.
TRADICIÓN
Solo en los sectores rurales, por la pobreza que existe ahí, los campesinos mantienen la tradición de poner tejas de arcilla en las cubiertas de sus viviendas.
PRECIOS
Los compradores hoy pagan por una teja $ 0,06 y por el ladrillo $ 0,12.