Me sumo a la corriente de opinión en el sentido de que los padres tienen mucho que ver con la deplorable conducta de muchos niños, pues toleran en ellos su vocabulario impregnado de palabras soeces, les causa gracia que hayan aprendido a insultar usando los peores epítetos; que peguen a otros muchachos porque  eso los convierte en jóvenes temibles, y les importa poco el incumplimiento de las tareas escolares a causa de su prolongada presencia ante la pantalla de televisión.

Indisciplina ha existido siempre, pero jamás llegó a los niveles de estos días, cuando ha habido hasta asesinatos en las aulas. Claro que los problemas de la juventud díscola son complejos y provienen de múltiples circunstancias, pero pienso que podrían ser menos graves si los padres tuvieran mayor injerencia en la actitud cotidiana de sus hijos. Muchos lanzan el grito al cielo y se horrorizan ante la ola de delitos, que en verdad asusta. No obstante, de alguna manera se fomenta este fenómeno por parte de quienes, lejos de imponer modelos de conducta en casa, se encojen de hombros y respaldan comportamientos licenciosos de una malentendida modernidad.

Jaime Díaz Marmolejo
Guayaquil