Siempre que atravieso el Parque Ferroviario y paso junto a los restos restaurados del bar que tuvo Daniel Santos en la ribera del estero Salado, me digo: debo escribir las aventuras del Inquieto Anacobero en Guayaquil.
El rumor, como cualquiera de sus canciones, se propagó y muchos fumadores clandestinos anhelaban tener ese privilegio.Sus aventuras
Daniel Santos cuando visitó Ecuador, tuvo suerte diversa. A veces por su culpa y otras, por mala fe de los empresarios, fue a parar a la cárcel.En Vengo a decirles adiós a los muchachos recuerda que en 1956, en plena presentación en el teatro Apolo se quedó afónico por haber bebido cervezas, pidió excusas y cuando dio las espaldas para retirarse: “Sentí la indignación del público manifestarse en una guerra de sillas voladoras, botellas y vasos que rozaban mi celaje, y varios disparos que me hicieron correr al camerino en busca de refugio”.Salió del teatro resguardado por policías, mientras los bomberos intentaban apagar el incendio. Pidió ser trasladado a su hotel, pero fue confinado.“En las otras celdas –narra- mantenían apiñados a los delincuentes comunes, que juntos formaban un cuadro dantesco difícil de olvidar. Era lo más depravado que había visto en mi vida: drogadictos, rateros, borrachos, homosexuales, sátiros y desajustados mentales, todos semidesnudos, mirándome atónitos como si hubieran visto un espectro”.Pero de ese Guayaquil grotesco surgió la magia cuando uno de los presos empezó a gritar: “Damas y caballeros, tengo el honor de presentarles al Inquieto Anacobero, Daniel Santos”, e inmediatamente el que estaba al lado tomó una escoba a manera de micrófono y empezó a cantar: “Preso estoy y estoy cumpliendo la condena,/ la condena que me da la sociedad...”.Los diarios anunciaron su encarcelamiento y el pueblo le dio muestras de afecto llevándole revistas, cigarrillos, café, galletas y una radio para que escuchara música. Una humilde familia, todos los días, le llevó comida. Santos conservó la foto de aquella señora sirviéndole de desayuno una taza de café.Al tercer día escribió el bolero Cautiverio. Lo sentenciaron a seis días de prisión y a pagar un multa de 4 dólares. Al salir, compró a sus compañeros de encierro: 19 camas con sus respectivos colchones, almohadas, sábanas, toallas, galones de pintura y brochas para mejorar en algo aquel infierno.Pero no todo fue en tono de tragedia porque también compuso la alegre guaracha Cataplum pa’ dentro anacobero: “Cataplum, llegué yo al Ecuador,/ cataplum, arriba va el telón,/ cataplum, empieza la función,/ cataplum, termina la canción.(...) Volaron ladrillos, volaron botellas,/ volaron maderos, sonaron centellas./ Y yo sin probarla, comerla o beberla,/ al Cuartel Modelo, la patrulla me llevó/ Coro: Cataplum adentro anacobero./ Daniel Santos: A mi Comisario no le gusta el bolero...”. Dos veces más visitó las cárceles ecuatorianas.Volvió y a finales de los cincuenta, a orillas del Salado, construyó un restaurante con forma de buque al que bautizó como El Barco, pero la gente le decía El Barquito de Daniel Santos, ahí los fines de semana cantaba acompañado por las orquestas de la época.Era asiduo de los restaurantes Costa y Flamingo, de la 9 de Octubre. De las cantinas: La Mamita, Mamá Hortensia y Sabú.Se iba de bohemia en El Rincón de los Artistas. La rumba y las mujeres alegres estaban en el cabaret Alicia. Gustaba del cebiche de camarón del Flamingo, del pollo apanado del chifa Asia y las Pílsener bien heladas. Sus amigos del alma eran Julio Jaramillo, Pablo Vela Rendón, el negro Llamarada y medio Guayaquil creía serlo.En sus últimos tiempos, a más de estar afectado por algunas enfermedades, el mal de Alzheimer empezó a confundirle la realidad. En el hospital lo amarraban a la cama porque cuando deliraba quería irse a cantar a un cabaret donde lo esperaban Mirta Silva, Bobby Capó, Pedro Flores, Panchito Riset y otros ya desaparecidos. Murió el 27 de noviembre de 1992.Después de escribir estas aventuras, solo sé que están abriendo el Cabo Rojeño, desde el Malecón del Salado -a escasos metros del fantasmal Barquito del Inquieto Anacobero-, me veo en su barra, frente a una verde bien helada, pido Fichas Negras. Suena, bebo el primer trago en memoria de Daniel Santos y de la mía propia. ¿Cuál fue el farsante que dijo de esta agua no beberé?","isAccessibleForFree":true}
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Aventuras de Daniel Santos en Guayaquil
Siempre que atravieso el Parque Ferroviario y paso junto a los restos restaurados del bar que tuvo Daniel Santos en la ribera del estero Salado, me digo: debo escribir las aventuras del Inquieto Anacobero en Guayaquil.
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EL hallazgo macabro ocurrió en el sector donde está su casa de verano en Rhode Island.
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