Quien no lleva rosquitas es porque no ha estado en Samborondón. Esa frase corresponde a Walter Barroso Huayamabe, propietario de una de las panaderías más antiguas de este cantón y que –según sus habitantes– son las más sabrosas.
El negocio lo inició hace 75 años Manuel Barroso Viejó (+), padre de Walter, y permanece en el mismo sitio donde nació: en las calles Malecón entre Los Ríos y Sucre.
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Al comienzo fue una casa de madera y actualmente tiene estructura de cemento. Desde su portal se observa el correntoso río Babahoyo que baña a Samborondón y la llegada en canoa de los campesinos con sus costales de arroz. Ese añejo portal también ha sido testigo de los cambios que ha tenido el cantón, desde las calles polvorientas hasta el moderno malecón que se construye.
La elaboración de las rosquitas es tan antigua como el pueblo, pero –según Walter Barroso- su padre las hizo famosas.
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“No hay secretos”, sentencia. “El único secreto para que todo salga bien es ponerle pasión a las cosas que uno se dedica”, señala convencido Walter, el menor de los hermanos Barroso y quien tiene a su cargo el negocio. Sus otros tres hermanos se han dedicado a distintas profesiones.
La panadería tiene dos ambientes: en una sala está la vitrina y una canasta grande de bejuco donde Barroso expende sus productos y adentro está el taller donde ocho manos dan, de lunes a domingo, forma a los panes y las apetecidas rosquitas.
Las manos más habilidosas pertenecen a Segundo Bastidas Zambrano, un manabita de 65 años, quien lleva 40 de ellos frente a una alargada y curtida mesa de guayacán amasando harina de trigo, levadura, sal, manteca de cerdo, azúcar y finalmente dándole forma a las rosquitas con un movimiento más rápido que la vista.
Bastidas es el único sobreviviente de los antiguos panaderos. Ahora lo acompañan Tomás Rodríguez, con 30 años en este trabajo; Víctor Druet Martillo, 10 años; y Wilmer Bastidas, nieto de Segundo, de 15 años, y uno de ellos acompañando a su abuelo en esta labor, que empieza a las 08h00 y culmina a las 15h00.
“No hay recreos... el camello (trabajo) es seguido”, dice Bastidas, sin despegar la mirada de la masa.
Por miles
Cerca de diez mil rosquitas salen al día de los hornos de leña, que le dan ese sabor tostado y hay fundas desde los 10 centavos hasta un dólar.
Estos productos llegan a todos los rincones del Ecuador y a países como Estados Unidos, Venezuela, España y hasta Japón, desde donde mandan a pedir los emigrantes samborondeños, asegura, con orgullo, Barroso.
Pero también llegan a la peluquería de Jorge López, de 76 años, ubicada en un quiosco de madera, diagonal al Municipio. Mientras saborea sus rosquitas de las once de la mañana, acompañadas de un café tinto, repite: “Si no lleva rosquitas es porque no ha estado en Samborondón”.