Eso nos da la oportunidad para insistir, ya no en lo que ocurrirá estos días, puesto que a estas alturas no cabe, sino en el recurrente problema que se ocasiona cuando en circunstancias similares cada gobierno reacciona de manera distinta y a último momento, unos cambiando los días festivos y otros manteniéndolos inmóviles.

El daño se lo causa no tanto por la resolución en sí (unas veces más adecuada que otras) sino por el retraso en adoptarla, que impide a los ciudadanos que organicen convenientemente sus actividades, a los sectores productivos que planifiquen su trabajo y al sector turístico que aproveche la oportunidad para promover el sector.

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Recientemente, además, la decisión final se ha vuelto motivo de largas polémicas, que hacen más daño aún.

De ahí que sea urgente dictar una norma o reglamento que acabe con el desorden, y que ponga fin también al irrespeto que esto ha supuesto para ciertas fechas que, por su carácter, deberían ser respetadas de modo muy estricto, a diferencia de otras que permiten sin duda una actitud más flexible.