No pasaron muchos días, sin embargo, y comenzaron las rectificaciones. El daño, por lo visto, no había sido tan abultado. Finalmente la Ministra de Economía reconoció que los datos que le dieron no eran exactos, pero no ha informado hasta ahora con precisión cuál fue la pérdida real para el país.
Esta falta de claridad y transparencia en general es dañina, pero resulta especialmente perjudicial cuando hay dudas sobre cuáles serán al final de cuentas las fuentes de financiamiento con que el país contará el próximo año, una vez que los mercados internacionales califican con notas cada vez menos atrayentes la gestión económica del país; cuando no se sabe, tampoco, cuál será con exactitud el aporte ofrecido por Venezuela y sus condiciones; y cuando no se han explicado aún las razones para un crecimiento aparentemente muy importante del Presupuesto General del Estado.
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Una tarea esencial del gobernante es impedir que la desconfianza y las versiones antojadizas cobren vuelo; pero es casi inevitable que tal cosa suceda cuando los datos y las cifras no existen o no son exactos.