“No nos miramos por vergüenza, porque no es bonito estar en una cama donde estuvo un desconocido”.

Encontrar las tentadoras ofertas de las denominadas camas calientes, donde se alquilan colchones por horas, incluso espacios como sala o cocina, es cada vez más frecuente en Madrid.

La ecuatoriana María N. reside  en España hace un año, vive en un piso (departamento) humilde, pero con lo necesario. Se radicó en el centro de Madrid y su primer trabajo fue de interna (empleada doméstica puertas adentro) cerca del lugar donde vive.

Publicidad

A través de una conocida alquiló en un principio un sillón por 100 euros al mes ($ 121), ahora comparte una habitación con una compatriota y otra colombiana.

Todas trabajan durante el día por lo que la habitación queda vacía. “Hace unos meses  la dueña de mi cama alquilaba a un ecuatoriano que trabajaba en un bar y dormía por la mañana”. “Por suerte”, dice María, su paisano en verano encontró trabajo en el campo y ya no ocupa su cama.

“La vida no es fácil, pero tenemos donde dormir. Viviendo aquí ya somos como una familia y la verdad ahorro mucho dinero en alquiler”. María dice que paga 150 euros ($ 181) al mes por el colchón y si tendría que compartir  un piso completo  con dos personas  tendría que pagar hasta 300 euros ($ 363). “Eso no me conviene porque quiero tener algo de dinero para volver a Ecuador. Hay que sacrificarse un poco, ya después vendrá el lujito”, afirma con una sonrisa.

Publicidad

El crecimiento del número de viviendas donde habitan más de ocho personas ha sido notable en los últimos años, según el Colegio de Administradores de Fincas de Madrid. Hay pisos donde llegan a compartir hasta 20 personas en un espacio de 50 a 60 metros cuadrados. Los que menos tienen alquilan sillones por horas.

Juan después de pagar por adelantado cinco euros ($ 6), entra en la pequeña habitación, donde hay cuatro camas ocupadas, y punza con una de sus manos a la persona que ya se le cumplió el tiempo; cuando logra levantarla, él se acuesta, reza un reportaje publicado por el  diario boliviano El Deber en abril pasado.

Publicidad

Juan hace el esfuerzo de despertar antes de que el próximo inquilino le punce el espinazo cuando ya se hayan cumplido las siete horas de alquiler de la cama. Nunca se ven las caras.

El que deja la cama caliente sale con la cabeza baja y el que aguarda está con los ojos tan cerrados que ni se percata de quién estuvo antes acostado.

“No nos miramos por vergüenza, porque no es bonito echarse en una cama caliente donde minutos antes estuvo un desconocido; por más que haga frío, se siente algo bien feo”, dice Juan.

Los habitantes de estos pisos generalmente son latinos, pero también hay chinos y paquistaníes. La convivencia no es nada fácil para los vecinos del edificio, por la afluencia de gente que entra y sale de los departamentos.

Publicidad

Los ingresos por el alquiler suelen llegar al doble del precio del mercado.

Los sectores donde se concentra este mayor número de casos son Tetuán, Usera, Pueblo Nuevo y en el Centro el barrio de Lavapies.