El manabita dice que el campeón de 1991 es el mejor grupo que integró.

Víctor Mendoza quedó marcado por su etapa como jugador barcelonista. Califica sus años en ese club como el “mayor orgullo en mi vida”.

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El corpulento ex portero canario cuenta con nostalgia que tuvo la suerte de integrar varios planteles campeones, en una época en que era común para los futbolistas de Barcelona dar vueltas olímpicas al final de cada torneo.

“Ahora es distinto. El equipo está mal. Hay gente que no entiende que son parte de una institución grande nacional e internacionalmente. La causa para la falta de títulos es una sola: no hay buenos dirigentes. Eso es algo que no ha tenido el club en los últimos años”, razona Espartaco.

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Prefiere hablar de los tiempos de gloria y se remonta a sus orígenes. “Comencé en el Manchester, de Rocafuerte. Después ingresé a las divisiones menores de Liga de Portoviejo”. De ese elenco Mendoza fue transferido a Barcelona en 1984, recomendado por Víctor Cepillo Peláez, ex marcador de punta amarillo. Washington Muñoz fue el técnico que le dio la alternativa en la custodia del arco.

Su título favorito
“Tuve buena estrella porque fui campeón en 1985, 1987, 1989, 1991, 1995 y 1997”, comenta Víctor. De todas las coronas que se ciñó con Barcelona, menciona a la de  1991 como su favorita. Sus palabras son de respeto para aquel conjunto, donde actuaban figuras como  Freddy Bravo, Ángel Bernuncio, José Gavica, Rubén Insúa, Carlos Muñoz, entre otros.

“El encuentro por el campeonato lo jugamos contra Valdez, en el Monumental. Ellos nos ganaban 0-1, pero Gavica empató con un tirazo luego de un pase de Insúa. Nos expulsaron a Wilson Macías y a Jimmy Montanero. Valdez se nos vino encima con todo. Ese día atajé muy bien, fue increíble. No hubo más goles”.
Mendoza se olvida por unos minutos de la conversación. Luego confiesa que su mente ha rebobinado la película de su campaña futbolística más trascendente: “Cuando Barcelona contrató a Jorge Habegger, en 1991, él  dijo: ‘A este muchacho hay que brindarle una  oportunidad’. Habegger me dio la confianza y fui titular. Le respondí con un buen desempeño.  Recuerdo con cariño esa temporada porque jugué casi todos los partidos. Ese fue mi mejor momento deportivo”.

“No podré olvidar nunca a ese equipo. Lo más satisfactorio de formar parte de él era la sensación ganadora que me invadía cuando entrábamos a cualquier cancha. Salíamos a vencer en Quito, Cuenca, Manta, donde sea. Fue hermoso integrar  un  grupo  así”.

Hubo otros momentos imborrables. “Frente a Colo Colo, en 1992, me fracturé un hombro a los 15 minutos del segundo tiempo. No aguantaba el dolor y quería salir, pero Pedro Monzón, el zaguero argentino, me insultaba y me pedía que no abandonara al equipo, porque  Cevallitos, el suplente, era muy jovencito”.

“Perdimos 1-0 y en Guayaquil remontamos y clasificamos a cuartos de final de la Libertadores. Creo que tapé de forma excelente, pese a todo. Esa noche, Ruddy Ortiz me bautizó para siempre: Espartaco, por mi espíritu guerrero”.

Líos con Brindisi e Insúa
Los entrenadores no escapan de su memoria. “Habegger es el técnico a quien más recuerdo. Me dio la chance que yo tanto buscaba. Le debo mucho. Él es un  hombre correcto, enérgico, muy estricto, pero justo en sus decisiones. También tengo presente a don Roque Máspoli, que en 1987 me dio consejos para mejorar como arquero. Otros que me ayudaron fueron el chileno Luis Santibáñez, Cepillo Peláez, Marcos García.

Lamentablemente, también tuve malos entrenadores. No tuve fortuna con Miguel Brindisi, que no me dio oportunidades;  con él, muchos actuaban por ser sus amigos. Con  Rubén Insúa tuve inconvenientes. Como técnico se desquitó conmigo por una fuerte discusión que tuvimos en Santiago de Chile, cuando ambos éramos jugadores, luego del partido que perdimos ante Colo Colo, en la  Libertadores”.

Mendoza ríe a carcajadas cuando cuenta anécdotas de su vida barcelonista. “Yo era un muchacho muy ingenuo. La primera vez que viajé en avión fue para jugar en Bolivia, si mal no recuerdo. Le pedí al entrenador que llevara a otro arquero porque yo estaba muy nervioso. Al final me subieron y me sentaron junto a Galo Vásquez. Solo quería aterrizar, pero cuando el piloto anunció que volábamos sobre el lago Titicaca, le pedí a Galo que me dejara asomar  por la ventanilla. Yo quería ver la línea que separaba a Bolivia del Perú, como en los mapas”.

Dice que debe ser uno de los futbolistas toreros que más veces visitó un quirófano. “Me operaron cerca de catorce ocasiones: del pómulo derecho, del ojo izquierdo, de la columna dos veces, de la nariz, del brazo derecho, los dos tobillos, la rodilla derecha, y los dientes los perdí casi todos. Cuando no me lesionaba sentía que no había defendido bien a Barcelona. A ese club hay que darle vida”.

“Soy un hombre muy feliz. Acá todo el mundo me quiere.  Hace unos días fui al aeropuerto Kennedy a recibir a mi suegra, y en un minuto estaba rodeado de personas que se interesaban por mí o me pedían autógrafos. Yo seguiré luchando como Espartaco”.

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