Me cuentan personas mayores que hasta principios de los años setenta, era común ver a la ciudadanía obsequiar presentes a los vigilantes de tránsito, especialmente en Navidad o Año Nuevo, como un reconocimiento a su honestidad, buen desempeño y caballerosidad. Aquellos días, lastimosamente han pasado, y no se sabe si realmente la CTG sirve a la provincia.

Y es que hay accidentes de tránsito de choferes de transporte público que, por su elevado número y gravedad, son los más escandalosos dentro de la sociedad, como cuando autobuses enteros se incrustan dentro de las viviendas, o chocan entre sí al rebasar en curvas y a exceso de velocidad, sin dejar de mencionar a los choferes que pierden los frenos de sus viejas unidades.

No menos preocupante es el alto nivel de contaminación ambiental provocado por la emisión de gases de los vehículos, y por el ruido ocasionado por el uso de las bocinas, las cuales en muchos autobuses y taxis han sido reemplazadas por cornetas, pitos y alarmas modificadas, cuyo único propósito es generar el mayor estruendo posible, siendo usadas para llamar la atención a potenciales pasajeros, para obligar a avanzar a los coches que se encuentran delante de ellos (los buseteros) incluso las tocan antes de que cambie la luz del semáforo. Capítulo aparte merece el trato despótico al que se ven sometidos los pasajeros de autobuses, y el más grave de todos, al uso del torniquete.

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A pesar de estos abusos e ilegalidades, la CTG poco o nada hace para controlar que los conductores particulares y de transporte público respeten las leyes de tránsito; lo más inaudito de todo es que nuestro dinero, el que sustenta a esta institución, se diluye entre su indolencia.

Andrés Miranda Vásquez
Guayaquil