María Jara llegó a su hogar y encontró que en la pequeña y humilde sala de su vivienda de madera un grupo de vecinos de la comunidad rezaba en la noche del viernes al pie de una imagen de la Virgen Inmaculada. 

En su comunidad de Cristo del Consuelo, durante todo el mes de mayo los devotos se reúnen cada noche en una casa para leer y reflexionar sobre pasajes bíblicos y como una coincidencia, cuando ella llegó con el cofre que contenían las cenizas de su hijo muerto en El Salvador, en su casa estaban levantado un altar. 

Sobre una humilde mesa de madera sus cuatro hijas habían colocado un mantel blanco, bordado en la escuela por una de ellas cuando aún era niña, y allí estaba la imagen sagrada.

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Al pie de la misma dos grandes velas blancas eran la única luz que alumbraba ese sector de la morada.
María Jara llegó visiblemente cansada, los zapatos de tacón bajo que utilizó en Guayaquil le provocaron dos ampollas en el pie derecho. 

Con mucho cuidado ubicó el cofre sobre la mesa y junto a este puso dos arreglos florales en los que predominaban botones de rosas rojas. Luego, lloró en silencio de frente a la pequeña caja y de espaldas a sus vecinos. 

En una estera tendida en el piso, con las piernas cruzadas,  Natividad Campos leía la Biblia, mientras junto a ella escuchaban de rodillas Mercedes Campos con las hermanas del fallecido: Eugenia (20), Beatriz (15), Mónica (15) y Liliana (14).

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Ellas consolaron a la madre que entre sollozos repetía: “Gracias Dios por haberme permitido ver de nuevo a mi hijo y darme fuerzas para encontrarlo” recordando  que su hijo fue devoto de la Virgen Inmaculada. 

Esta devoción fue la que permitió a las autoridades migratorias identificar el cuerpo sin vida de su primogénito Édgar Pambi Jara, luego de un mes del accidente ocurrido el 17 de diciembre del año pasado en el muelle Los Coquitos del barrio San Carlos, en la frontera de Nicaragua, Honduras y El Salvador. 

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El joven llevaba un escapulario con las imágenes del Niño de Praga y la Inmaculada y se cumplía la frase premonitoria que su madre recordó que él le dijo cuando viajó por primera vez a Estados Unidos en el 2001: “Algún día reconocerás a tu hijo por su fe y este escapulario me protegerá como tus oraciones”. 

A su vez, Roberto Carlos Chasipanta Llangari fue reconocido porque semanas antes de viajar se tatuó en el antebrazo izquierdo la imagen de una rosa y otros símbolos en el pecho y en la pierna. Su cuerpo fue hallado en las costas de San Salvador, tres días después del accidente.  

María Jara y María Llangari enterrarán mañana las cenizas de sus hijos y luego empezarán a enfrentar otros problemas: la primera deberá afrontar un juicio por deuda que el prestamista le planteó en los juzgados civiles en febrero por 12 mil dólares y más de 3 mil dólares de intereses.

La segunda está empeñada en buscar un trabajo que le dé un salario fijo mensual para mantener a sus otros hijos.         

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Del accidente aún permanecen desaparecidas otras once personas, pero ni familiares ni instituciones continúan su búsqueda.