Como casi todo el mundo, seguí con gran expectativa la revolución cubana contra la opresión de varios dictadores que manejaron ese país.

Veía con ilusión la terminación de un régimen que aprovechaba su posición para tiranizar y mantener a un pueblo sujeto a la ignominia y pobreza. Creía que ese Fidel, idealista y luchador, podría sacar a ese pueblo adelante, y seguramente él también creyó en eso. Era un hombre preparado, valiente, dispuesto a sacrificarse para lograr el bienestar de esa isla paradisiaca.

Pero pasaron los años y ese afán se enfrentó con la realidad del ser humano, ni todos somos iguales, ni todos pueden alcanzar metas porque desde el momento que nacemos existen diferencias; y así como algunos nacen para mandar, otros funcionan acatando órdenes, y ambos son necesarios en el desenvolvimiento de una sociedad. Todos, sí, tienen ambición, objetivo, y capacidad de soñar.

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Leí escrito en un árbol de un pueblo cubano: “Y es que a pesar de todo, lo más importante es seguir respirando, que a la larga no es más que seguir viviendo”. ¿Será esa la única esperanza que le queda a este pueblo antes de que se derrumbe la estatua? Es fácil culpar a otros por los problemas que atraviesa este país, pero, ¿a quién culpará la posteridad cuando tengan que enfrentarse con el derrumbamiento moral causado por la ceguera y prepotencia? Muchas preguntas para los que quisiéramos ver que en nuestro continente impere la paz, la justicia y las oportunidades.

Lourdes Álvarez Drouet
Quito