El estadio de Emelec se llenó de nostalgia, de máscaras y pancartas.

Otilino Tenorio regresó al Capwell. Lo hizo el pasado domingo, en medio de gritos, entre pancartas, en medio de banderas a media asta, entre camisetas azules o negras de duelo.

Otilino Tenorio volvió al Capwell. Allí, en medio de un partido que importaba menos que el recuerdo, apareció de nuevo, sin sus fintas, sin sus goles, sin su máscara.

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Apareció, de pronto, entre la fanaticada de Emelec que no lo olvida, que lo grita, que lo añora, que le recuerda que un accidente no extirpa la memoria.

Otilino Tenorio regresó al Capwell. Y lo hizo en medio del Emelec-D. Quevedo, que fue una excusa para repartir recuerdos. Para evocar su nombre, su presencia en cada rincón de las tribunas, de la preferencia, de la general de la Av. Quito, adonde él fue a gritar tantos goles con su camiseta del Che y su máscara azul o roja llena del fuego de sus años esperanzados.

Otilino Tenorio apareció de nuevo en el Capwell. Se metió entre las gradas. Se metió en los mensajes. “Oti, jamás te olvidaremos”, dice la bandera de la barra Boca del Pozo, que, con decenas de hinchas, invade la cancha antes del partido para ofrendar una cruz de flores con una máscara azul en su punta. Parece que dan una vuelta olímpica, como aquellas dos que Otilino dio en esa misma cancha regando ilusiones. Y mientras esa vuelta de dolor recorre la grama, en las gradas se aplaude, se llora, se contiene, se musita, se recuerda…

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Otilino Tenorio volvió al Capwell. Lo sabe el niño que está en los brazos de su padre, que le carga un muñeco de Spiderman, aquel que inspiró al goleador para brindar lo más maravilloso que brinda el fútbol: la risa, la alegría de ir a un estadio y de sentir que este deporte lo inunda todo por noventa minutos y a veces por un poco más.

Otilino Tenorio está allí, de vuelta en el Capwell, cuando canta –o mejor ruge– la Boca del Pozo con miles de almas que saltan y que literalmente hacen vibrar el cemento del estadio cuando gritan “¡Oti, Oti, jamás te olvidaremos, naciste en Emelec, azul de corazón!”.

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Otilino Tenorio regresó al Capwell. Está en los jugadores del Emelec, que saltan a la cancha enfundados con la casaca 14, aquella que él vistió en toda su carrera. También está de vuelta en los goles que el Emelec le hace al D. Quevedo.
John Cagua anota el primero y corre a arrodillarse frente a la guindola que recuerda a Oti y al comic de Marvel. El chico del suburbio está de vuelta en el segundo, en el tercero, en el cuarto, en el quinto.

Otilino Tenorio está de vuelta en el Capwell. Ahora, cuando la victoria contra el colista aleja el fantasma del descenso, el único espíritu que parece que ronda el legendario estadio es el del espontáneo jugador. El de aquel que salió de la nada, para inundar de risas y alegría los estadios. Para ofrendar ese regalo maravilloso que nos da el fútbol: el gol.