El 27 de abril apareció en la página de cartas de EL UNIVERSO una nota de la Redacción a propósito de mi renuncia a dicho Diario. Me temo que en esa nota hay algunas cosas que matizar, otras que aclarar y unas terceras que rectificar.
Es verdad que dejé EL UNIVERSO porque “no estaba de acuerdo con que no se me permitiese utilizar ciertos términos”. El Diario cita como ejemplos las palabras “vendido” y “mintió”. Yo podría añadir otras: “prófugos” o “encubre”. Según el Diario, no es un caso de censura sino de respeto a las “prohibiciones que impone la ley”. La Nota de la Redacción dice que “se me hizo notar” el riesgo de que se entablase un juicio por difamación en mi contra. No es exacto. Lo que en verdad se me hizo notar es que EL UNIVERSO no estaba dispuesto a involucrarse en juicio alguno, aunque no fuera con ellos.
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Quienes vivimos de las palabras, hemos de usarlas con seguridad y confianza. Cuando los periodistas andamos por ahí cuidándonos las espaldas y mirando para otro lado, terminamos por acostumbrarnos a no llamar a las cosas por su nombre.
Escribí que los canales de Isaías se vendieron al gobierno del Coronel porque entregaron la política editorial del noticiero a su servicio. No estoy acusando a nadie de cohecho ni de recibir sobornos o pagos en dinero, estoy diciendo que TC traicionó a su público. Eso es lo que significa la palabra “venderse” en ese contexto y no hay que tener miedo de usarla. Aun así, acepté cambiar el término “vendidos” por “entregados”, para no despertar susceptibilidades, circunstancia que la Nota de la Redacción pasa por alto. Lo que no pude aceptar es que se me pidiera, en un artículo anterior que no se publicó, eliminar o cambiar la frase “TC encubre a Castro Dáger”, pues, eso era exactamente lo que el canal hacía (y lo que yo demostraba).
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En la Nota de la Redacción se me pinta como alguien que abusa de los más débiles y no se atreve con los poderosos, alguien que utiliza “calificativos duros para referirse a una empleada” (había escrito, y lo podía demostrar, que Sandra Grimaldi “mintió”), en lugar de atacar a los verdaderos responsables de que TC mienta tanto. EL UNIVERSO omite que, en ese artículo, dos líneas más abajo, se responsabilizaba de todo a los señores Isaías y a su movida política.
Lo que ocurrió fue que, después de mucho negociar, se me dijo bueno, está bien, de Sandra Grimaldi puedes decir que miente, si tanto insistes, al fin y al cabo ella no nos va a poner un juicio; pero eso de llamar prófugos a los Isaías, ni hablar, eso sí que no.
Está clarísimo: no es un problema de “prohibiciones que impone la ley” (la ley no prohíbe llamar prófugos a los prófugos), es un problema de poder. Ocurre que existe una élite de privilegiados que goza de impunidad en el Ecuador, hasta para los medios más prestigiosos. Gente capaz de robarnos millones de dólares y luego huir de la justicia, mandarse a cambiar a las Bahamas, a Panamá o a Miami, para desde ahí seguir controlándolo todo. Y medios de comunicación que apenas se atreven a mencionar sus nombres, menos aún a llamarlos prófugos, no se vayan a ofender. Medios temerosos de cómo vayan a reaccionar aquellos que tienen el suficiente poder y el dinero para causarles daño.
Por una vez, hablemos claro: en este país, a los Isaías se les tiene miedo. Esa es una realidad que se discute en las Redacciones, se comenta en los pasillos, se sopesa en las oficinas, se debate en las facultades. Pero nadie dice nada, precisamente por el miedo que se les tiene. Nadie quiere un pantallazo de TC, una campaña sucia de esas en las que el canal es experto, como las que le hicieron a Jaime Mantilla, director del Hoy; a Xavier Alvarado Roca, de Ecuavisa; a Juan Falconí Puig o a Teleamazonas. Se opta entonces por un periodismo apocado, calculador y sigiloso que renuncia al uso de palabras legítimas por miedo. Como periodista independiente, no estoy dispuesto a convivir con eso.
Nos robaron todo lo que pudieron, pero no podemos permitir que nos roben las palabras. Porque no. Así de simple.