Músicos con instrumentos en mano, esperan ser contratados para ofrecer serenatas. Conservan una tradición que se mantiene pese a las pistas y CD.

“Y para que no se diera cuenta que el sereno era allí, viramos el cuerpo para hacerle creer que el sereno era en la casa de enfrente...”. Al recordar esa anécdota, Alejandro Pazmiño, de 61 años, no puede evitar reírse.

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Se ríe porque –según cuenta– era el engaño para que el padre de la chica no confirmara sus sospechas de que su hija era cortejada por un hombre casado. Pero mientras él y sus compañeros –integrantes del cuarteto Ritmo y Son– ofrecían sus canciones, apareció la esposa traicionada, así que la presentación estuvo a punto de terminar en un desastre.

“Nosotros somos los cojudos, nos podían dar bala y todo por ganarnos el billete”, reflexiona –sin renunciar a su risa– este hombre de tez trigüeña y contextura gruesa cuyos últimos ocho años toca el bongó en su grupo.

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El desenlace de la historia no viene al caso, pero es una de las muchas vicisitudes a las que se exponen estos artistas que, como Pazmiño, llegan diariamente (aproximadamente 20 individuos) desde las 17h00 hasta casi la medianoche a las calles Lorenzo de Garaycoa y Luque, en procura de algún “chivito” (contrato).

Juan Fernández es otro apasionado de la música que sale de los acordes de guitarras y requintos, los instrumentos más utilizados. Cuenta que formó parte del trío Tres Corazones y no recuerda el año de su nacimiento pero sí que sus inicios en esta profesión fueron  en los años cincuenta.

Aunque se retiró en 1996, continúa frecuentando a sus colegas, a quienes comparte sus conocimientos y experiencia.

“Tocábamos frente a una casa de dos pisos cuando escuchamos un disparo, en eso salió un hombre con escopeta en mano y nos gritó que nos fuéramos, justifiqué al grupo diciendo que el sereno era para la casa de arriba pero le dio más coraje porque nos gritó: ¡Y que no ven el letrero que dice se alquila! Allí no nos quedó más que salir corriendo antes de que nos peguen un tiro”, rememora con una carcajada que contagia a sus compañeros que se reúnen en un sector de la vereda, donde a pocos metros las ratas se pasean.

Enrique Villacís, de 68 años y 43 en la profesión, toca la guitarra en el trío Caballeros del Recuerdo. Afirma que el próximo mes el lugar tendrá otra imagen con la colocación de un letrero que dirá Rincón de Antaño. Ese día los músicos ofrecerán un recital.

Francisco Sandoya (58) complementa indicando que ya tienen el permiso de la dueña de casa y la idea de solicitar a la Policía que libre al sector de “borrachos y malandros”.

Sandoya canta y toca la guitarra, es líder del Trío Manantial y nombra a Julio Jaramillo como su artista preferido. Agrega que son 20 años en que toca más “por amor al arte” que por necesidad, porque cuenta con el apoyo económico de sus hijos. Al igual que sus compañeros de faena es miembro de la Asociación de Artistas Profesionales del Guayas (ASAP-G).

Cuando nombra la dirección de la (ASAP-G) recuerda la década del cincuenta cuando el lugar de concentración de estos artistas era la pileta del parque La Victoria. Se indigna porque –explica– unos lagartitos de piedra que adornaban el lugar son el origen de su apelativo: Los lagarteros.

Villacís interrumpe y aclara: “Nosotros somos artistas, no lagarteros”.

Algunos, en cambo, tienen en este oficio su fuente de ingreso. José Macías (50) es parte del trío Confidentes y por 15 años la música ha sido su medio de subsistencia. Además imparte clases de guitarra y requinto.

Son más requeridos en fechas como el Día de la Madre, del Padre o San Valentín.

Los contratos pueden ser por serenatas o por horas. Ante la interrogante interviene una vez más Alejandro Pazmiño, quien apegado a su espontaneidad explica su teoría del cobro en la que es trascendental la presencia del cliente: “Según, si el cliente se lo ve que puede pagar más se le cobra más o sino se le rebaja”.

Confiesan que en temporadas previas al inicio del periodo escolar la actividad es casi nula. Esta afirmación la demuestran con hechos, pues es casi la medianoche de un miércoles y no hay clientela, solo un mendigo que se acerca a Sandoya para ofrecer un repuesto de guitarra al precio “que usted le ponga”. Así, diez centavos bastan en un sector oscuro testigo de añoranzas y canciones, y donde Pazmiño afirma con convicción que a pesar de las pistas y los CD, “la guitarra nunca morirá”.

MELODÍAS

MÚSICA
Entre los géneros musicales que interpretan están boleros, valses y pasillos.

COSTOS
Sus contratos lo pueden hacer en dos modalidades: la serenata, que tiene unas 5 canciones por las que cobran $ 30 y su intervención dura alrededor de 15 minutos. En cambio, por hora cuesta $ 60 y consta de hasta 16 melodías.