A los 31 años, Fernanda Cedeño recibió la noticia más emotiva de su vida: iba a ser madre. Pero ocho meses después los estragos del embarazo se unieron a una enfermedad inesperada: insuficiencia renal, que se agravó con el parto.

Esperanzada en un trasplante de riñón viajó a Texas (EE.UU.), donde se radicaba su padre.

Después de tres años de tratamiento y sin que ninguno de los voluntarios de su familia haya sido compatible hasta entonces, la madre de Fernanda decidió viajar a Estados Unidos para donarle su riñón. Tras un año de preparación se sometió a la cirugía.

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La fe de Fernanda se incrementó durante su enfermedad, al punto que considera que el éxito de la operación se debió a su contacto con Dios. Sin embargo, con el nuevo órgano y sin complicaciones se alejó de sus creencias. “No porque hubiera dejado de dar gracias a Dios por la dicha de que mi madre me diera la vida dos veces, sino que los seres humanos nos olvidamos de Él cuando no debemos pedirle nada”.

Su organismo rechazó el riñón de su madre al año. El peregrinar por el hospital y las diálisis regresaron a ser parte de su vida. Su nombre volvió a la lista de espera de un trasplante y, aunque  había perdido la fe, poco a poco se acercó otra vez a Dios.

Luego de tres años y de orar día a día  llegó el momento en que, dice,   Él volvió a acogerla. Una madrugada la llamaron del hospital porque había un donante cadavérico con las características idóneas.

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Ella estaba sola (su hijo había salido de vacaciones), pero oró y fue a la casa de salud confiada en que Dios estaba ahí. Ahora, afirma Fernanda, jamás olvida una oración de gratitud diaria, en la que también pide fortaleza para los padres del niño que donó el riñón, aunque no conoce su nombre, solo que sufrió un accidente que a ella le devolvió la vida.