Antes de la invasión a Iraq encabezada por EE.UU., el secretario general de la Liga Árabe, Amr Moussa, advirtió que el conflicto “abriría las puertas del infierno”.

Dos años después, muchos se preguntan si en realidad la intervención abrió las puertas de la democracia en  Medio Oriente, tras las elecciones parlamentarias iraquíes y los comicios presidenciales palestinos y municipales sauditas.

Además, las protestas contra Siria derrocaron un gobierno en Líbano, y Egipto anunció sus primeros comicios presidenciales con candidatos múltiples.

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Pero muchos dudan que el movimiento liberalizador sea resultado de la ambición proclamada por el régimen  de George W. Bush para traer democracia al mundo árabe.

Algunos analistas se preguntan si las elecciones de Iraq valen toda la sangre derramada en ese país, en una oleada de violencia que los militares estadounidenses no pueden contener.

Las nuevas instituciones nacidas en Iraq aún están por ser definidas con claridad, pero parece primar un reparto de poder con criterios religiosos y étnicos, en un modelo en que los principios estrictamente democráticos son sacrificados por una representación de etnias y grupos religiosos que se parece al modelo libanés.

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Así, los chiitas presionan porque se reconozca un carácter confesional del Estado, mientras los kurdos luchan por su autonomía y los sunitas intentan encontrar su camino en este nuevo Iraq.