En Pakistán, si una mujer reporta una violación, cuatro varones musulmanes generalmente deben fungir como testigos antes de que ella pueda demostrar su caso.

Una de las personas más valientes sobre la tierra es Mukhtaran Bibi. Y después de esta semana, ella necesitará ese valor solo para sobrevivir.

Mukhtaran, joven mujer, alta y esbelta, que nunca fue a la escuela en su infancia, vive en una pobre y remota aldea en el área del Punjab, en Pakistán. Como parte de una disputa en su comunidad en el 2002, un consejo tribal decidió castigar a su familia condenándola a ella a ser violada tumultuariamente. Ella suplicó y lloró, pero cuatro de sus vecinos de inmediato la desnudaron y llevaron a cabo la sentencia. Después, sus victimarios la obligaron a caminar desnuda hasta su casa, al tiempo que su padre trataba de escudarla de los ojos de 300 pobladores.

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Se suponía que Mukhtaran estaría tan avergonzada que se quitaría la vida. Pero, en una sociedad donde la mujer se supone que debe ser suave e impotente, ella demostró ser indescriptiblemente dura, y encontró el coraje para vivir. Ella exigió el enjuiciamiento de sus atacantes, y seis de ellos fueron condenados al patíbulo.

Ella recibió 8.300 dólares en compensación y los usó para fundar dos escuelas en la aldea, una para niños y otra para niñas, ya que ella siente que la educación constituye la mejor forma de modificar actitudes como las que dieron paso al ataque en su contra. Analfabeta, ella misma se matriculó en su propia escuela primaria.

Yo visité a Mukhtaran en su aldea en septiembre y escribí una columna acerca de ella. Mis lectores respondieron con una avalancha de correo, incluidas 1.300 donaciones para Mukhtaran que totalizaron 133.000 dólares.

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El dinero llegó justo a tiempo, ya que las escuelas de Mukhtaran habían agotado sus fondos. Ella había vendido la vaca familiar para mantenerlas abiertas porque cree apasionadamente en el poder redentor de la educación.

Ahora ese dinero en efectivo que enviaron los lectores ya volvió a darle un firme asidero financiero a las escuelas. Además, los Cuerpos Piadosos (Mercy Corps), grupo estadounidense de ayuda de primera categoría que ya está activo en Pakistán, accedió a prestarle ayuda a Mukhtaran para invertir sabiamente ese dinero. El próximo paso será la fundación de un servicio de ambulancia para el área, para que así pobladores enfermos o heridos puedan llegar a un hospital.

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Más adelante, dice Mukhtaran, ella tratará de lanzar su propio grupo de ayuda para combatir los asesinatos de honor. Y aun cuando ella vive en una remota aldea sin electricidad, les ha dado impulso temporal a sus partidarios para lanzar un sitio en Internet: www.mukhtarmai.com. (Si bien su nombre legal es Mukhtaran Bibi, ella es conocida en la prensa paquistaní por una variante, Mukhtar Mai).
Hasta hace dos días, ella estaba prosperando. Entonces, el desastre.

Una Corte paquistaní revocó las condenas a muerte de los seis hombres que fueron hallados culpables del ataque en su contra y ordenó la liberación de cinco de ellos. Son sus vecinos y estarán viviendo junto a ella. Mukhtaran estuvo en el juzgado y se deshizo en lágrimas, temerosa del riesgo que esto genera sobre su familia.

“Sí, existe peligro”, dijo posteriormente por vía telefónica. “Tememos por nuestras vidas, pero vamos a enfrentar lo que el destino nos quiera presentar”.

Mukhtaran, quien no es el tipo de persona que despilfarra el dinero en ella misma viajando por avión, aun cuando tiene acceso a 133.000 dólares, tomó un autobús y efectuó el agotador recorrido de 12 horas hasta Islamabad el viernes pasado para apelar el fallo de la Suprema Corte. Los Cuerpos Piadosos la ayudarán a ubicarla en un sitio seguro, y esas donaciones de los lectores pudieran mantenerla con vida por ahora. Sin embargo, en el largo plazo, Mukhtaran siempre ha dicho que ella desea permanecer en su aldea, sin consideración al riesgo, porque es ahí donde ella puede hacer la mayor diferencia.

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Yo había planeado estar en Pakistán esta semana para escribir una columna de seguimiento con respecto a Mukhtaran. Pero, tras una espera de un mes, el Gobierno paquistaní se negó a concederme una visa, presuntamente por temor a que yo escribiera más acerca de la promoción de tecnología nuclear por parte de Pakistán (Hmmm, buena idea).

La vida de Mukhtaran ilustra lo que será el desafío moral de mayor importancia para este país: la brutalidad que es la suerte de tantas mujeres y niñas en países pobres. Para empezar, debido a la falta de atención a la salud materna, cada minuto pierde la vida una mujer dando a luz en el mundo en vías de desarrollo.

En Pakistán, si una mujer reporta una violación, cuatro varones musulmanes generalmente deben fungir como testigos antes de que ella pueda demostrar su caso. De lo contrario, ella corre el riesgo de ser acusada de fornicación o adulterio –y puede ser castigada con azotes en público y un largo encarcelamiento–.

Mukhtaran es una heroína. Ella sufrió lo que en el seno de su sociedad fue la vergüenza más extrema que se pueda imaginar –y salió como un símbolo de virtud–. Ella tomó una sórdida historia de pobreza perenne, violación tumultuaria y brutalidad judicial y nos inspira con su fe en el poder de la educación –y su esperanza–.