Hoy recordamos 158 años de la muerte del prócer y estadista guayaquileño José Joaquín de Olmedo Maruri, personaje de biografías y de permanente evocación no solo por su ejemplar legado de civismo e idoneidad en la búsqueda de la libertad y la democracia, sino  por su obra de precursor de la nacionalidad que sustenta la identidad nacional.

Olmedo, nacido el 19 de marzo de 1780, además de jurista y escritor  fue un verdadero civilista, autonomista y  constructor del país. Sus ejecutorias de periodista y diplomático fueron fecundas, porque ayudaron a consolidar prestigio intelectual que alcanzó nuestro territorio con el aporte de otras figuras como Pedro Franco Dávila, José Mejía Lequerica y muchos otros.

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Este singular personaje gestó la triunfal revolución del 9 de octubre de 1820, que hizo libre a Guayaquil,  y la encaminó  inteligentemente para alcanzar la total emancipación del territorio quiteño. Jamás  descuidó la defensa de las libertades públicas y combatió a quienes las conculcaron o intentaron hacerlo.

En su vida pública fue alcalde de Guayaquil, diputado a las Cortes de Cádiz (España),  vicepresidente de la República en 1830, durante la primera presidencia de Juan José Flores. Alentó la revolución del 6 de marzo de 1845 e integró el triunvirato que se formó  por ese triunfante movimiento nacionalista.

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José Joaquín de Olmedo es también notable figura de la literatura nacional, que se enriqueció con su Canto a Bolívar, Alfabeto para un niño y otros bellos poemas.
Su nombre consta en numerosas biografías nacionales y extranjeras. Centros educativos, poblaciones, calles y plazas, etcétera perpetúan su vida y su obra.
Como se consignó, murió en Guayaquil el 19 de febrero de 1847. Una de sus frases célebres dice: “Los hombres hábiles ambicionan convencer; los mediocres o sin talento no aspiran sino a mandar”.