A las 09h30 del 10 de febrero de 1995, el día estaba claro en Tiwintza y parte del valle del Cenepa. Los combates arreciaban, día y noche, entre los ejércitos ecuatoriano y peruano. El primero defendía sus posiciones y el otro quería desalojarlo. En todo el Ecuador, la población repetía el grito: Ni un paso atrás.

Una columna de 16 hombres avanzaba por la selva y el fango. En los combates, un hombre debe arriesgar, debe ir a la cabeza para limpiar el camino. Se trataba del hoy sargento Patricio González Chiriboga, integrante entonces del Grupo de Fuerzas Especiales 24 Rayo, de Lago Agrio.

Publicidad

“Esa tarea es dura porque uno puede morir para salvar al grupo. Se releva cada dos horas. Ese momento, me tocó a mí”, recuerda.

El estruendo de una explosión sorprendió a todos. Patricio González voló a varios metros por el estallido de una mina y sus compañeros estaban tendidos en el piso, en posición de defensa. “Perdí el sentido por unos minutos. Cuando desperté estaba rodeado de selva y no sabía qué pasaba. Miré a mis compañeros y me hacían señas que me calle. Comprendí que estábamos en guerra”.

Publicidad

Cuando trató de levantarse, notó que su pie derecho y parte de la canilla, estaban destrozados. Nadie se atrevió a ayudarle por temor a las minas. “Un sargento Zurita se decidió. Cuando me cargaba, se prendían en la maleza las astillas de mis huesos. Me dijo que estorbaban. Con mi venia, tomó su cuchillo y de un solo tajo me voló el pedazo”, dice.

Fue evacuado a Tiwintza en cuatro horas y después a El Maizal. “A esa hora, los aviones peruanos bombardeaban. Recuerdo que vino uno y lanzó las bombas cerca. Me quedé botado. Veía todo, acostado. Pensé que todo se acababa. De pronto apareció otro avión, que días después supe que era ecuatoriano, y lanzó un proyectil que le hizo volar en pedazos al que bombardeaba. Vi cómo se reventó como una bola de fuego. Igual le pasó a otro”, relata.

Un cuarto de hora después llegó un helicóptero y logró evacuarlo. “Me desperté en la sala de operaciones. Pero para mí se acabó la guerra”, agrega. Un mes estuvo asilado en Quito, con ayuda psicológica para la psicosis de guerra.
Después fue llevado a Estados Unidos.

Al volver reingresó al Ejército, como empleado administrativo y hoy labora en Archivo General de la II Zona Militar de Guayaquil, con un sueldo de $ 400 dólares.

Vive en Durán y dice librar una nueva guerra. Su hijo Patricio, de 5 años, tiene síndrome de Down y padece de leucemia.

“Gracias a Dios, estoy vivo. A nadie deseo la guerra, porque no es como las películas”, menciona.