Por un camino fangoso, Filomena Utitiá camina con un saco de yuca en su espalda, un hijo en hombros y otra niña agarrada de su mano. Sale de la comunidad San Luis, a una hora del destacamento de Teniente Hugo Ortiz, para vender el producto en Santiago, cabecera del cantón Tiwintza.

Aspira a obtener tres dólares de aquella venta. Los empleará en comprar sal y en el pasaje para visitar a su esposo, Alfonso Chingüi, quien permanece enfermo.
Ella tiene 23 años; su primera hija, Viviana, 6. Cuando tenía 12 años huyó junto con sus padres del sector Banderas, donde estaba un destacamento atacado por el Perú.

Filomena reside en una casa de caña. De la venta de plátano y yuca obtiene unos ocho dólares semanales. Con eso subsiste la familia de cuatro miembros. Su situación es similar a la de cientos de familias, entre nativos shuar y colonos, que residen en la zona adyacente a donde hace una década se dio el conflicto del Cenepa. Decenas de poblados debieron ser evacuados. Cientos de nativos ingresaron al Ejército para apoyar como guías.

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El principal problema de la zona es la falta de planes productivos. La gente emigra porque la agricultura no da para sobrevivir, la ganadería tampoco, menciona Víctor Chuqui, de la parroquia Patuca, sede de la Brigada de Selva 21 Cóndor, que durante el conflicto de 1995 fue la base de operaciones.

Chuqui pone como ejemplo que el ganado se comercializa a 0,40 dólares la libra y por un ejemplar no se paga más de 80 dólares, después de cuidar un año. Él añora la época de la guerra, porque en su restaurante El Pionero se alimentaban a diario hasta 200 personas, entre periodistas y militares.

La presidenta de la Junta Parroquial de Patuca, Rosa Flores, explica que nunca se cumplió con la oferta de dotar de proyectos productivos “para mantener las fronteras vivas”. La parroquia tiene luz, agua entubada, escuela y colegio a distancia  dotados por el Municipio de Méndez y Consejo Provincial de Morona Santiago.

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El concejal del cantón Tiwintza, creado hace dos años, Mario Zavala, lamenta que los gobiernos no cumplieron con los pueblos de la región. “La gente del campo es extremadamente pobre. Los proyectos para mejorar su vida quedaron en la nada después de la guerra”, refiere el personaje, quien participó como uriwia, grupo de voluntarios shuar que apoyó al Ejército en la línea de fuego.

Otro de los problemas que se sienten en esta zona es la alta natalidad. Cada familia tiene hasta doce hijos. Es común ver caminar por las vías a madres, como Filomena Utitiá, con hasta cinco pequeños a su lado.

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En Tiwintza, Patuca y otros sectores, las quejas son también por las pésimas carreteras, que siguen igual a la época del conflicto.