En una carta post mórtem dirigida a J. Wolfgang Goethe, gloria de las letras alemanas, por el cardenal Albino Luciano (quien sería Juan Pablo I), este hace referencia a la acción corrosiva que el libro Fausto había ejercido sobre los más débiles y los más exaltados jóvenes alemanes. La carta la titula ‘Nobleza obliga’. Lo mismo puedo decir de la novela Memoria de mis putas tristes de la pluma de la gloria de las letras colombianas Gabriel García Márquez.
Un hombre so pretexto de vivir una felicidad que ya solo está en su recuerdo o que nunca ha vivido, en las postrimerías de su vida se permite un acto libidinoso con una niña que finalmente se está prostituyendo con él. Un nonagenario intentando un último retozo de amor con una niña, no deja de ser repulsivo, contranatura y contra las leyes.
Creo que efectivamente el libro debe ser autobiográfico, por tanto deja entrever en él que el protagonista–autor es un hombre que se deja arrastrar por los bajos instintos, no por desear un poco de pasión y convertirla en realidad, sino por tratarse de una niña, aunque trate de matizarlos con lo sublime de la música de Bach y el recuerdo de Delgadita, que finalmente nadie sabe quién es. Las mujeres que se dicen feministas deberían elevar su voz de protesta por el título insolente con que hace referencia a todas las mujeres que se cruzaron por su vida y tuvieron sexo con él.
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Las instituciones que defienden los derechos infantiles deberían protestar porque el autor usa a una niña para satisfacer los morbosos instintos del protagonista. Un escritor que hace eco bien puede ser una mala influencia para todos quienes lo admiran.
¡Nobleza obliga!, señor García Márquez, y si usted fue dotado de ese gran talento úselo en bien de sus congéneres.
Maricruz Rodas Herrera
Guayaquil