El joven, que fue rescatado del mar con un piloto de aviación, dice que no volverá a usar una avioneta.

Pasajero de la nave que cayó en Galápagos habló con EL UNIVERSO.

“No nos deslizamos sino que nos hundimos y volvimos a flotar. Fue cuestión de segundos”, recuerda Francisco Rubio Vega, de 16 años, quien junto al capitán Ángel Velasco, viajaba en la avioneta de Arica que cayó al mar el lunes pasado cuando iba desde la isla Baltra a la Isabela.

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En su hogar de Puerto Villamil, Rubio relató también a EL UNIVERSO que cuando se dio cuenta de que el agua cubría la mayor parte del avión y empezaba a ahogarse, reaccionó.

“Salí y comencé a nadar. Sé nadar bien porque acá todos estamos en contacto con el mar”, indicó.

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Su familia realizó una misa para agradecer a Dios por el rescate.

Un rasguño de 2 centímetros es la única huella física que tiene Francisco Gabriel Rubio Vergara, quien, junto al capitán Ángel Velasco, viajaba el pasado lunes en una avioneta de la compañía Arica que por una supuesta falla mecánica se precipitó al mar, a 10 millas de la isla Isabela. Durante 4 horas y 41 minutos, los dos estuvieron a merced de las olas hasta que fueron rescatados por un grupo de pescadores.

Las huellas del accidente están en la mente de Francisco, quien nació en Puerto Villamil el 14 de febrero de 1988. Luego de una hora de diálogo con EL UNIVERSO, recién acepta que está “mal psicológicamente”, que no volverá a tomar una avioneta, que amará mucho más a su familia y tratará de ser un hombre útil, “pues Dios me dio una segunda oportunidad”.

La reserva en el avión de Tame para el viaje de Francisco, de Quito a Baltra, se la hizo  hace dos meses, para el lunes 20, pero el padre del joven, que tiene el mismo nombre, gestionó en la oficina de la empresa en Puerto Ayora para que se transfiriera el cupo al miércoles 22, pues debía rendir exámenes  en la Unidad Educativa Inepe, de Quito.

No fue posible el cambio de fecha. Tame, por ser línea con capital estatal, ofrece 30 cupos en cada vuelo a los colonos de las islas con tarifas subsidiadas ($ 53). Por eso, los galapagueños o viajan ese día o pierden el cupo.

Francisco Gabriel viajó el lunes gracias a que la rectora del Inepe, Patricia Batallas, le autorizó que esos exámenes los rinda en enero, cuando vuelva de visitar a sus padres, Francisco y Martha Vega, y otros familiares, en Isabela.

Ya en Baltra, en la oficina de Arica habló con el piloto Velasco a las 11h45. Había pagado los $ 40 de pasaje y estaba listo para ir a Isabela. En su mochila cargaba, entre otras cosas, una cámara digital, el regalo de sus padres por Navidad.

–Esperemos unos minutos que no viene un pasajero,   afirmó el capitán de la avioneta  Partenavia P68-C. Velasco se refería a Antonio Pérez, funcionario del Parque Nacional Galápagos (PNG), quien el pasado martes contaba a todos que él tuvo suerte porque voló minutos antes en una nave de Emetebe.

–No aparece, vamos, dijo el capitán. A las 12h00 la avioneta despegó con los dos ocupantes. A las 12h19, Velasco reportó a la torre de control de Baltra su paso por el islote Pinzón. Estaba a 3 minutos de la pista de Isabela.

Francisco revive cada instante de lo que pasó luego de ese contacto.

“Movía un botón de la izquierda, luego otro de la derecha. Vi que la hélice se paraba y volvía a funcionar. No sabía lo que pasaba porque no me decía nada. Así pasó un minuto hasta que me dijo estamos en problemas, que debía sacar debajo del asiento el chaleco y un bote salvavidas envuelto”.

El piloto seguía con sus maniobras en los botones y Francisco sintió que la avioneta descendía rauda. “Me agarré con ambos brazos del asiento, sabía que nos íbamos al mar”.

“La caída fue dura. No nos deslizamos sino que nos hundimos y volvimos a flotar. Fue cuestión de segundos, unos 5 de aturdimiento. Cuando me di cuenta el agua cubría la mayor parte del avión y empezaba a ahogarme, apenas quedaban unos 20 centímetros de aire y alcancé a ver que la puerta se había abierto. Salí y comencé a nadar. Sé nadar bien porque acá todos estamos en contacto con el mar”.

“El piloto no salía y al verlo en la puerta le tendí mi mano. Al emerger me dijo que coja el chaleco que estaba a 2 metros. Él ya tenía puesto el suyo y en sus manos estaba el bote inflable.  El piloto movió algo y el bote se abrió. Tenía un metro y medio por lado. Subimos. Debían ser las 12h25”.

Los dos estaban callados. Francisco rompió el silencio y dijo rememos con las manos. A lo lejos se divisaban los cerros de Isabela.

Diez minutos más tarde, cuando la avioneta no llegó, Édgar Navas, jefe del aeropuerto de Baltra, activó el plan de búsqueda y comenzaron a rastrear el área dos avionetas  y un helicóptero.

En la pista de Isabela, a las 12h48, Francisco padre se desesperó. Haga algo, le gritó al empleado de Arica. La respuesta fue: Esperemos a que se comuniquen. Diez minutos después avisaron por radio que la avioneta estaba desaparecida.

El hombre comenzó a llorar. Tomó su camioneta y llegó al pueblo a pedir ayuda.

Todos  se organizaron para la búsqueda, aportaron con combustible para las embarcaciones. Zarparon cuatro botes de fibra: de la Armada, del PNG, y dos de los pescadores locales.

Francisco y el capitán remaron durante una hora y media y estaban exhaustos. “Debe haber sido las tres y media cuando escuchamos una avioneta, pasó cerca pero no la veíamos porque estaba nublado y llovía. Pasó otras dos veces, pero se alejaba más”.
“Después oímos el sonido de una fibra. Miraba a todos lados y no aparecía.

Aumentaba la desesperación. Si llegaba la noche sería más difícil”.

Los botes de fibra estaban por el área del accidente, entre Pinzón e Isabela. En la fibra Moisés viajaban seis personas, como capitán estaba Henry Segovia, quien navega 28 años en las islas.  “Vi una mancha y me acerqué”, menciona.

En el bote, Francisco alzó la mirada y divisó una sombra. “Nos paramos con el piloto. Yo movía el chaleco hacia lo alto. Parecía que se iban. El capitán pitaba con una bocina del bote y lanzó una luz (bengala). Ahí se acercaron más y vi a don Henry y otras personas. Nos subieron a la fibra y nos abrazamos. Ahí lloré, porque nos salvamos”.

El encuentro fue a las 17h03 y se comunicó por radio a todas las islas. A las 18h50 la Moisés llegó a Puerto  Villamil y cientos de personas aplaudían, gritaban vivas por los rescatados, agradecían al cielo. El piloto salió a Guayaquil a las 09h30 del martes y Francisco sigue de vacaciones con su familia.

Martha Vega, su madre, ofreció una misa de acción de gracias. Esta se dio la noche del martes, en la iglesia Cristo Salvador, aquel que según Francisco, le salvó. Ahí, el sacerdote Ángel Calderón le colmó de bendiciones.

Francisco padre dice que tratará de darle mucho más de lo que hasta ahora, para que sea un profesional y trabaje por su comunidad. El hijo dice que aprovechará esta, su segunda oportunidad de vida, y agradece al piloto Velasco, “porque su experiencia y tranquilidad sirvieron mucho”.