"Sueño con un gran explosión. Me despierto y tengo  mucho miedo", cuenta Nur, de 8 años. Como sus campañeros de clase, la pequeña  está aterrorizada por los atentados, los secuestros y tiembla al escuchar el  ruido de los helicópteros.
 
Los niños iraquíes pagan un precio muy alto por la violencia. A finales de  septiembre, un coche bomba mató a 42 personas, de ellas 37 niños, en Al Amel,  un barrio del suroeste de Bagdad. Desde entonces, al menos 20 niños han muerto  en atentados en el país.
 
A la entrada de una escuela primaria de Al Amel, dos miembros de las  fuerzas de protección inspeccionan a toda persona o coche sospechosos.
 
Para los habitantes, la violencia es parte de su vida diaria.
 
"Estamos cerca de la carretera del aeropuerto donde se registran numerosos  atentados con coche bomba. La mayoría de nuestros hijos van por ella al  colegio", explica la vicedirectora Azhar Akmuche agradeciendo a Dios que hasta  ahora ninguno de los alumnos del colegio haya perecido en atentados.
 
A este riesgo se suma el secuestro de niños. "Uno de nuestros alumnos de 12  años fue secuestrado durante tres días hasta que su familia pagó un rescate de  20.000 dólares", afirma.
 
"Varios padres han preferido sacar a sus hijos del colegio por miedo a los  secuestros", cuenta la profesora Anuar Ali.
 
En la exigua clase con los muros desnudos, una treintena de niñas y niños  están ordenadamente sentados en los pupitres de madera. La mayoría, tiene la  angustia reflejada en el rostro.
 
"Tengo miedo de los atentados", dice Sanaa. "Tengo miedo de los  secuestros", dice Amir. "Cuando oigo las explosiones, empiezo a temblar y  quiero volver a mi casa", admite Nur.
 
Su profesora, que creció durante la guerra Irán-Irak (1980-88), intenta  tranquilizarlos cuando hay explosiones y los helicópteros vuelan a baja  altura.
 
"Continúo la clase como si no pasara nada", explica Inés Saleh, de 25  años.
 
Akmuche está preocupada por la posibilidad de que las escuelas puedan  convertirse en blanco de la guerrilla, si estos establecimientos son elegidos  como colegios electorales para las elecciones del 30 de enero.
 
"Ya hemos recibido amenazas, como otros colegios", dice.
 
En una pared externa del edificio figura una inscripción en rojo: "En  nombre de Dios, evacúen rápido".
 
En el hospital Ibn Roshd, en Bagdad, el doctor Mohamad Al Bagdadi, jefe del  servicio neuropsiquíatrico infantil, recibe diariamente una media de cinco  niños con alteraciones de comportamiento vinculadas a la violencia.
 
"Hay un aumento procupante de niños víctimas de perturbaciones", dice el  médico, lamentando la ausencia de psicólogos en los colegios.
 
Para el doctor Hachem Zaini, director del hospital, es imposible evaluar  la amplitud del fenómeno.
 
Por un lado, porque a la excepción de su servicio "no existe ningún otro  establecimiento de este tipo en el país que pueda proporcionar datos", dice.
 
Por otro, según el doctor Bagdadi, los padres rara vez señalan las  alteraciones psicológicas de sus niños, a menos que sean muy severas "ya que  están mucho más preocupados por los problemas de la vida cotidiana, lo que  puede entenderse".
 
A la salida del colegio, las madres esperan.
 
"Hoy, nuestros niños no juegan ya en la calle. No era así antes" de la  caída del régimen, se lamenta Fairuz Abdelrazak.
 
"Cuando no estoy con ella, mi hija tiene miedo. No quiere quedarse sola",  dice Sahar Salem, mientras su hija de cinco años la abraza.