La crónica volandera del domingo pasado sobre el saludo, sus diferencias y la necesidad de fomentarlo porque se está extinguiendo como hábito de cortesía, motivó que alguien  recordara otras costumbres que los jefes de familia católicos de antaño mantuvieron entre los suyos: el pedido de la bendición que al ausentarse de sus casas hacían los niños y jóvenes a sus padres o abuelos, y la oración de agradecimiento a Dios en el momento de servirse los alimentos, especialmente del almuerzo y cena, porque allí se encontraban casi todos los miembros del hogar.

Lamentablemente, en el transcurso de los años los propios padres olvidaron inculcar el hábito en sus descendientes, a tal punto que es poco usual observar a niños y jóvenes pedir la bendición a sus progenitores en el momento de despedirse o alejarse momentáneamente de su morada. Ahora resulta más rápido el beso en la mejilla o frente, en otros casos ni eso, pues muchos jóvenes catalogan la costumbre como obsoleta y pasada de moda, y peor aquello de acercarse y hacer una pequeña genuflexión mientras se solicita la gracia.

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En medio de algunas desalentadoras consideraciones sí hay hogares en los que aún se realiza la tradición y se puede observar a hijos mayores de edad que frente a sus vástagos y nietos piden la bendición a sus padres como testimonio de amor y respeto. Esto es  más frecuente en los hogares del sector rural de la Sierra, donde está arraigada la práctica.

Agradecer por alimentos
Otra de las costumbres que igualmente ha caído en el olvido en muchos hogares es la del momento del almuerzo o cena, cuando el padre de familia  invitaba a su esposa e hijos para presentar unidos una oración de  agradecimiento a Dios por los alimentos recibidos. Incluso, para lograr la participación de toda la prole solía delegar el rezo de la oración de manera alternada. Esto, como lo consignamos, es una práctica que se va extinguiendo, pero hay que rescatarla en pro de la vigencia de las normas de convivencia espiritual de la sociedad actual.

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Busquemos  la manera de rescatar y difundir algunas de las normas que el vertiginoso convivir actual tiende a desterrar de nuestros hogares, sin tomar en cuenta que aquellas son de enorme utilidad para sustentar la profesión de solidaridad y respeto que caracterizaron a las familias de antaño y que deben robustecer las contemporáneas.