¿Cómo sería el gato sin sus botas o Robin sin su apellido Hood? ¿O se imaginan a Bob sin Esponja?

Probablemente dejarían de ser personajes de esos cuentos o series animadas y se perdería la percepción en nuestras mentes al escuchar esos nombres confundiéndolos con tantos otros que son iguales, pero difieren en los apellidos.

Por ejemplo, ¿qué pensaría usted si sus amigos le dicen “viste a Bob en la televisión?”.  Vaya confusión, de quién hablarán, de Bob Marley, Bob el constructor...

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Pero, examine un poco su día, se levanta animado, se prepara para ir a laborar o a estudiar y en el camino se da cuenta que lleva un poco de retraso; acelera la velocidad, se pasa un semáforo en rojo y un policía lo detiene, le revisa sus documentos y sugiere chantaje; de no ser posible, le implanta una multa.

Desanimado sigue su camino al trabajo o la universidad. A la hora del almuerzo el restaurante al que va está atiborrado; un mesero lo saluda y pregunta su nombre, al no notar novedad en el mismo se aleja diciéndole que aguarde por una mesa.

A los pocos minutos entra otro sujeto al cual se le acerca el mismo mesero, repitiendo la escena anterior, a diferencia que terminado el saludo el mesero le desocupa una mesa. A lo mejor usted le hubiera podido dar la misma propina al terminar de consumir, pero su apellido no es el mismo del que tiene esa otra persona.

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La sorpresa se expande cuando después usted debe llamar a la aerolínea y quien lo atiende lo deja en la lista de espera, sin importarle la urgencia que  le manifestó de viajar.

Ya no hay más opción que asimilar estos sucesos diarios. No solo Bob necesita su Esponja, Robin a su Hood o el gato necesita de sus botas para ser unas veces en este medio reconocidos, respetados y ágilmente tratados.

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Eliana Bayona
Guayaquil