Rodaba por la vía Guayaquil-Salinas cuando vi un anuncio, el primero de una serie. Esgrimí una sonrisa silenciosa, más bien un rictus facial, en apreciación inequívoca de la ignorancia humana.

Ignorancia muy nuestra por cierto, sinónimo del descalabro agudo de valores que padecemos, sobre todo en estas fechas.

Publicidad

Me pregunté en silencio, ¿de quién era la culpa? ¿Del vendedor del producto, que obviamente solo le interesa venderlo? ¿De la agencia publicitaria, la cual sin medir las consecuencias sugirió esa forma de anunciar? ¿De la CTG (Comisión de Tránsito del Guayas) la cual ve el anuncio y piensa que aquí no está pasando nada? ¿O del Ministerio de Bienestar Social, el cual seguramente piensa que el anuncio está socialmente bien?

Pensé cómo me hubiera influenciado esa propaganda cuando tenía 18 años y rodaba por dicha vía en entusiasta compañía de mis amigos. Época aquella en la que cualquier excusa era buena para ingerir licor o fumar un cigarrillo.

Publicidad

En el mundo entero, incluido aquí, hay leyes estrictas que prohíben manejar en estado de ebriedad, sin embargo, se lo fomenta con pancartas a colores y en una autopista. Miles de muertes anuales ocasionadas por conductores ebrios, se publican en los diarios del mundo, y sin embargo, se sugiere jocosamente que para llegar a Salinas hay que beberse no una, ni dos, sino siete cervezas.

Existen otros anuncios, que si bien son propagandas de licores, en ningún momento sugieren que hay que bebérselos antes de llegar a Salinas. Hoy, en el siglo 21, esto debería inscribirse en el libro de Récords Guinness; récord a una magna irresponsabilidad.

Dr. John Parker Brusa
Guayaquil