¿Es lícito concebir algo así? ¿Es legítima la pretensión de cobrar regalías por un bien universal al que todos tenemos acceso?
El dato volvió a poner sobre el tapete una reflexión en torno a los límites del derecho de propiedad intelectual. Igual debate se planteó cuando Brasil y Sudáfrica decidieron, unilateralmente, que no cabía reconocer dichos derechos cuando se trate de remedios para el sida que estén dirigidos a pacientes de escasos recursos. Una discusión similar se había abierto anteriormente cuando se intentó patentar el genoma humano, o cuando se pretendió cobrar regalías por el uso de ciertas plantas de la Amazonia, cuyas propiedades medicinales son conocidas desde antaño.

Hace medio siglo, cuando el médico norteamericano Jonas Salk anunció que no cobraría regalías por la vacuna contra la polio –que salvó la vida de decenas de millones de personas– el mundo se sintió infinitamente agradecido, pero la sorpresa en realidad no fue mayor: la solidaridad humana era, en ese momento, un valor presente. Hoy, en cambio, se avizora cierta tendencia a abusar de derechos fundamentales, como este de la propiedad intelectual, al punto de distorsionar su verdadera esencia, que consiste en remunerar el esfuerzo científico, mas no convertirse en un peso muerto que se oponga al bienestar general.