A pesar de los abundantes elogios a Ronald Reagan tras su fallecimiento, muchos estadounidenses lo recuerdan como un derechista radical que fue servil ante las grandes corporaciones e insensible a las penurias de los más necesitados.
 
Uno de los primeros médicos que enfrentó el virus del sida cuando comenzó a devastar la comunidad homosexual, el doctor Marcus Conant pidió al gobierno de Reagan en 1982 que lanzaran una campaña para educar a los norteamericanos acerca de la enfermedad.
 
El presidente tardó más de cinco años en mencionar públicamente la crisis del sida. Para entonces, unos 21.000 estadounidenses habían muerto y millares más habían sido diagnosticados con esa enfermedad.
 
Conant, que perdió a veintenas de amigos y pacientes víctimas del sida, todavía está indignado, y es uno de los muchos estadounidenses que critican acremente el legado de Reagan.
 
Ronald Reagan y su gobierno podrían haber cambiado drásticamente la situación, pero por razones ideológicas, políticas y morales no lo hicieron, dijo el dermatólogo de San Francisco que ahora trata una nueva generación de enfermos de sida.   Más que un pecado, el presidente Reagan y su gobierno cometieron un crimen.
 
Otros detractores también consideran que Reagan fue insensible a las necesidades de los estadounidenses más vulnerables.
 
Bruce Cain, un analista político de la Universidad de California en Berkeley dijo que Reagan promovió las ideas conservadoras y las popularizó entre el gran público, una estrategia que ha hecho de los liberales y los demócratas una persistente minoría en Washington.
 
Lo que empeoró las cosas para los demócratas   es el hecho de que (Reagan) fue una figura extraordinariamente influyente, y sus ideas tuvieron un impacto duradero, dijo Cain.
 
Reagan sostuvo que Washington no hacía sino despilfarrar los fondos públicos y con ese argumento redujo al mínimo la capacidad del gobierno para ayudar al pueblo, ideas que han sobrevivido hasta el presente.
 
El mandatario también propinó un grave revés al movimiento sindical al despedir a los controladores aéreos en huelga y nombró al jurista conservador Antonin Scalia como magistrado del Tribunal Supremo.
 
Todavía hoy día, Scalia es considerado el más conservador de los magistrados de esa corte.