Un deporte en que el vértigo es un vínculo que establece una especie de logia donde los jóvenes montan sus potros de aluminio –bicicletas– para rodar montaña abajo, mientras se maniobra en curvas cerradas, sobre rampas naturales, en pistas de fango o de tierra seca.
 
Lanzados cuesta abajo por pendientes irregulares y abruptas, el zumbido del aire que roza las orejas de los ciclistas en caídas limpias se parece al ruido del enjambre a punto de atacar a su víctima.

Sin embargo, el verdadero riesgo no es rodar por las zigzagueantes rutas, sino que uno de los tantos competidores pierda con el revolcón la gran posibilidad de ganar la prueba del ciclismo extremo o mountain bike.

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Amantes de aquellas emociones provocadas por el vértigo de rodar laderas montañosas y despeñaderos, asistieron entre el 22 al 24 de abril pasado a Baños, en la provincia de Tungurahua, donde se desarrolló el Panamericano de Ciclismo de Montaña.

El vínculo fueron los potros de aluminio, como identifican a sus bicicletas los miembros de aquella logia de muchachos desgarbados y recios que buscan la descarga de adrenalina en sus encuentros montañeros.

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Un certamen internacional que rubrica el interés por el mountain bike en el Ecuador, una actividad que requiere de un alto nivel de concentración para maniobrar en inesperadas curvas cerradas, en algún hueco de montaña o sobre rampas naturales, en pistas de fango o de tierra seca.

“Al mountain bike o el MTB –sigla que concentra los rasgos de una filosofía–, hay que tomarlo como a la vida, si caes no debes dudar en levantarte y pedalear con más fuerza, sobre todo, no debes mirar lo que dejas atrás”, dice Diego Contreras de 24 años, quien practica esta modalidad hace cinco.

A pesar de haber comenzado tarde, Diego es considerado entre los mejores del Ecuador en esta disciplina.

Su especialidad inicial fue el bicicross, otro deporte de riesgo y fue su padre –quien lleva su mismo nombre– el que lo involucró con el ciclismo extremo.

“Ese man siempre estuvo montado en una moto, en un carro, en cualquier cosa que tenga ruedas, pero que sea rápido”, indica Diego, a quien sus amigos lo llaman el Muerto –por la palidez notoria de su rostro– y quien dejó sus estudios de Ingeniería en Sistemas por la práctica de este deporte.

“Por el momento está primero la bicicleta”, expresa el deportista que prevé competir en lo que resta del 2004 en torneos internacionales de Suiza, España, Alemania y Francia.

El mapa de los ciclistas extremos en el país comprende ciudades como Cuenca, Ambato, Quito y Guayaquil.

El territorio ecuatoriano, según los fanáticos de esta actividad, es una gran pista para recorrer los despeñaderos en busca del vértigo.

“Quien ama esta disciplina puede sentirse feliz en este país. Es mi lugar ideal”, dice la ciclista chilena Bernardita Pizarro de 18 años y actual campeona panamericana en la categoría Down Hill, quien fue una de las participantes del Panamericano de abril pasado en Baños.

¿Una disciplina solo para hombres? La competidora chilena dice que no: “Al inicio solo había activistas masculinos, pero actualmente en el MTB son las damas quienes le están ayudando a darle más sabor a este espectáculo sobre ruedas”.

Aunque es un deporte para todas las edades, son los jóvenes los  que elevan el número de  participantes en los diferentes eventos.

“El ciclismo se convierte en un vicio saludable y a la vez difícil de abandonarlo”, dice José Escudero, cuencano de 16 años y campeón Panamericano en la modalidad de Down Hill, categoría Junior.

Como todo joven de su edad, este incondicional ciclista vive plenamente las experiencias del vértigo: “No hay nada mejor que sentir el riesgo del descenso de la montaña, donde el reto es no tocar los frenos y luego esperar la consagración final de una caída limpia”.

El brasileño Markolf Berchthold dice que la clave de su vida es la velocidad y el equilibrio, al igual que en el mountain bike, donde para seguir sobre ruedas mientras se sienten el viento y el vértigo de saltar por el aire montaña abajo, debe mantener también prudencia.

Pero no solo el ciclismo los hermana, tal como ocurrió en los descansos del Panamericano en Baños, el rock, rap y hip hop a gran volumen, fortalecía aquellos vínculos, celebrado con el intercambio de comida rápida, que les genera las calorías necesarias para mantener un estado físico óptimo –hábiles y livianos–, necesarios para levantarse por los aires o esquivar curvas cerradas o abruptas.