“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dice un fragmento del poema de Antonio Machado. Esa frase la repiten y sienten que practican cuatro gitanos provenientes de Hungría que han recorrido Sudamérica y que llegaron a Guayaquil hace 20 días.

Se cobijan del calor bajo dos carpas, cuyos techos son unas colchas coloridas, ubicadas en una explanada en la ciudadela La Garzota -entre los supermercados Santa Isabel y Mi Comisariato.

Desde ahí, en medio del ruido de los carros, estos nómadas ven el amanecer, el anochecer y las preocupaciones de las personas que acuden al sitio interesadas en conocer sobre su suerte o resolver sus problemas.

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Al pasar por el lugar, los conductores curiosos disminuyen la velocidad de sus vehículos y observan lentamente un cartel donde promocionan la lectura de manos y tarot. Algunos peatones también se detienen. Ayer en la mañana, uno de ellos -con miedo y timidez- entró a la carpa y entregó el dólar que se cobra por la lectura de manos y se sentó sobre una colcha.

Josefina, una de las gitanas (de 30 años) y vestida con un traje largo y ancho con estampado de tigre coloca un cartón -que hace las veces de mesa-, una vela y la imagen dorada de un Buda. Toma la mano del cliente -quien se sintió con más  confianza- y empieza a descifrarle su futuro. 

“Un viaje vas a tener por placer. En este paseo vas a tener mucha paz y felicidad. Esto a través de una carta que vas a recibir de unos parientes. En ella vas a conocer muchas noticias buenas, de paz. Bueno para tu familia, para tu trabajo; vas a estar bien”, expresa en palabras atropelladas.

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La gitana, de ojos café claro y cabellos castaños, cierra la mano del hombre. Le sugiere que realice una pregunta. El ambiente se llena de silencio mientras los otros tres gitanos están alrededor de ellos. Él, titubeando, expresa “¿voy a regresar con ella?”.

La respuesta que recibe es:  “Ese amor que tanto lastima y quieres, ahora te va a respetar y te va a querer. Vas a tener dos hijos con ella, un varón y una mujer”.

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La sesión termina. El hombre toma su camioneta y se va. Los gitanos continúan con su rutina: ver televisión, escuchar música, preparar comida en la cocineta que tiene una hornilla y cuidar de una pequeña de 4 años llamada Daniela, hija de la gitana Juliana.

Ese fue el primer cliente de esta pequeña tribu; sin embargo, ellos no viven solo de este negocio -no les gusta llamarlo así porque según ellos es una ayuda a la comunidad-. Lo hacen a través de los 400 o 500 dólares que reciben mensualmente de su Rey, quien habita en Hungría y cuyo seudónimo es Julio Jaramillo.

Aunque existen épocas en que reciben 50 o 100 dólares, aclararon.

Este pequeño grupo, cuyos orígenes se desprenden de las regiones indias del Punjab y Sinth por el siglo IX, creen en el poder de Dios. Algunas veces lo llaman Jesucristo y en otras ocasiones solo observan al cielo para referirse a él.

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Aseguran sentirse beneficiados y orgullosos por los dones que poseen para predecir el futuro de las personas o para descargar malas energías. Incluso, manifiestan, hacen que una persona quiera a otra o que se solucionen problemas en el trabajo.

En este último caso, el costo de la consulta es de 3 dólares ya que se realiza una lectura de manos, tarot y de las líneas de expresión de la frente. Allí el cliente pide algún deseo.

Mientras dialogan, los gitanos encienden sus cigarrillos y fuman con gusto y fuerza.

Omiten las bebidas alcohólicas en sus actividades ya que solo pueden beberlas en festividades como matrimonios. Hasta el momento ni Josefina, ni Juliana, ni Richard, ni Robinson -quienes se hacen llamar primos entre sí-, no se han casado. Cuando llegue la fecha y la persona que el destino les ha designado, dicen, lo harán: se cortarán parte de sus venas y unirán sus sangres.

En sus palabras aún se desprenden restos de la lengua romaní. Aquella que, dicen, se formó de varios dialectos de algunos lugares de la India.

Estos hombres y mujeres de cuerpos delgados, tez blanca y de ojos claros tienen previsto permanecer en la ciudad cuatro meses.

Después se dirigirán a un próximo paradero que su jefe les indicará a través de una llamada al teléfono celular. Solo esperan que no sea Perú.  “Allá las calles son muy sucias y existe mucha delincuencia”.