En medio de la nube negra que la cubre, la capital chilena acaricia la esperanza de que su problema más famoso, la odiada polución ambiental, quede por fin atrás.
 
Tras los mil y un planes de descontaminación lanzados en Santiago en los últimos 30 años, sus autoridades ambientales tienen fe en que en el 2005 terminarán los episodios críticos de polución a los que está acostumbrada esta ciudad de seis millones de personas, enclavada en un valle cercado de montañas.
 
El optimismo del gobierno no es sólo eso. Se basa en números que hablan de un avance sustantivo en 10 años.
 
"En la última década, la contaminación más peligrosa se redujo a la mitad, al mismo tiempo que la ciudad prácticamente duplicaba su actividad económica. Este efecto se llama ganancia ambiental", dijo Pablo Badenier, director regional de la Comisión Nacional de Medio Ambiente (Conama).
 
Según la Conama, en los últimos 10 años el contaminante más peligroso para la salud humana, llamado Material Particulado PM 2,5 (partículas con diámetro menor a 2,5 micrómetros), proveniente de la combustión del transporte y la industria, cayó de 68,8 microgramos por metro cúbico a 34,3 microgramos.
 
Este avance ha sido producto del recorte de 6.500 autobuses, la incorporación del convertidor catalítico a los automóviles, el congelamiento del parque industrial, la mejoría de los combustibles y la inclusión del gas natural en los procesos productivos y la generación eléctrica.   
 
Sin emergencias desde 1994
 
La gran deuda aún es el Material Particulado respirable o PM 10 (inferior a 10 micrómetros), asociado al polvo de las calles, movimiento de tierras y obras de construcción, cuya exposición permanente puede acarrear una mayor probabilidad de cáncer pulmonar, muertes prematuras o síntomas respiratorios severos.
 
Este contaminante se ha equilibrado en torno a los 34 microgramos por metro cúbico desde 1989, lo que, de todos modos, es considerado un logro por el gobierno, pues se ha mantenido a raya pese a la incesante expansión de la ciudad y de su economía.
 
Al analizar la evolución de estos dos principales contaminantes en su totalidad, se establece una clara reducción de 103,3 microgramos por metro cúbico en 1989 a 69 en el 2002.
 
"El gran avance es posible observarlo en los episodios críticos", dijo Marcelo Fernández, jefe del área de descontaminación atmosférica de la Conama.
 
"En el año 89 superamos más de 50 veces el nivel de preemergencia y 25 veces el de emergencia. En el año 2003, se registraron sólo 4 preemergencias", comentó orgulloso.
 
El nivel de preemergencia, cuando el PM 10 supera los 240 microgramos por metro cúbico, activa una serie de medidas extremas para reducir la polución, como paralizar un tercio del parque vehicular, cientos de industrias y la exclusividad de vías para el transporte público.
 
En el caso de las emergencias, cuando el PM 10 traspasa los 330 microgramos por metro cúbico, se profundizan las medidas anteriores, sube la fiscalización y los hospitales preparan turnos extraordinarios para atender a pacientes críticos.
 
Afortunadamente para los santiaguinos, la capital chilena no ve un caso de emergencia desde hace nueve años.   
 
Futuro esperanzador
 
Las cifras no mienten, pero la mala percepción ciudadana se mantiene.
 
"No estamos contentos con los niveles de contaminación, pese a que han bajado, porque han sido tratados de manera muy focalizada y desarraigada de una concepción general de ciudad", dijo Patricio Lanfranco, de la ONG ambiental Ciudad Viva.
 
Según Lanfranco, Santiago sigue perdiendo calidad de vida pues pese a los recortes en polución, la ciudad sigue creciendo, aumentando sus automóviles, su ruido, su congestión y la nube gris de contaminación sigue sobre las cabezas de sus habitantes.
 
 La turbia humareda se ennegrece aún más en el invierno, cuando se producen inversiones térmicas, fenómeno meteorológico por el cual las capas altas de la atmósfera, al estar más cálidas que las bajas, actúan como un tapón que impide su libre circulación y la dispersión de los contaminantes.
 
Esto, sumado a la enclaustrada geografía capitalina, deja sin salida a las partículas y a los peligrosos gases. Son justamente algunos gases, como el ozono, el motivo de preocupación futura de la autoridad.
 
El nivel de ozono, por ejemplo, ha superado las normas saludables todos los años desde 1997 en algunas zonas del oriente capitalino. El monóxido de carbono supera los niveles de saturación, pero las menores emisiones de los automóviles nuevos, por su mejor combustión, permiten proyectarle un pronto fin.
 
Afortunadamente, tanto el dióxido de azufre como el dióxido de nitrógeno están muy por debajo de la norma máxima permitida.
 
La confianza de la autoridad está puesta en dos megaplanes que pretenden modificar incluso la cultura ciudadana de los capitalinos, acostumbrados a detener al autobús a cualquier hora y lugar, privilegiar el automóvil para transportarse y a quemar sus desechos.
 
La gran apuesta del transporte público es TranSantiago, un plan que pretende reducir drásticamente la locomoción colectiva y reordenarla, aplicando horarios y entregando monopolios de servicio en determinadas avenidas y barrios a empresas, para así terminar con la sobrepoblación de los humeantes autobuses que circulan actualmente.
 
La otra fase es un proyecto de bonos de contaminación, que aplica el concepto de que "quien contamina, paga". Es decir, cada empresa que requiera generar contaminantes para sus procesos productivos deberá comprar estos bonos que se transarán en el mercado y así podrán compensar su mayor emisión.