La maestría se consagra en el genuino pronunciamiento de educar con responsabilidad, amor, optimismo, honestidad, alegría, humanismo, civismo.

Para ser profesor solamente se requiere el título, pero para ser maestro se necesita entregarse de por vida al digno apostolado de forjar auténticos valores en nuestros alumnos, impulsando su formación integral, enseñándoles con el ejemplo.

Los principios del maestro se identifican con el pensamiento del pedagogo John Dewen, cuando nos dice: “Creo que la educación es el método fundamental del progreso de la reforma social, y creo que todo maestro debe  darse cuenta de la dignidad de su profesión de que es un servidor social, instruido para obtener el buen orden y para asegurar la regulación del crecimiento social”.

Publicidad

Lcdo. Ricardo Ordóñez J.
Guayaquil
El maestro es una integridad más que de conocimientos, de comprensión y ética; brilla con luz propia, comprende y se sacrifica por los demás, ya que está desposeído de egoísmos y se instruye con nobles ideales.

El verdadero maestro ama y transmite al educando la facultad de sumar lecciones, restar problemas, multiplicar amigos y dividir amor para todos, otorgándole la capacidad de reconocerse a sí mismo como individuo único, autor intelectual y ejecutor de la historia de su vida.

Es de notar que los maestros han tenido que paladear la ingratitud, muchas veces la pobreza y la incomprensión social, pues muchos de ellos brillan después de la muerte.

Publicidad

Lcda. Celliss D. Hojas Cabrera
Guayaquil