Las viudas y lloronas en la despedida del año viejo

La tradición de vestirse de viudas se mantiene vigente pese a la influencia de la modernidad. El cortejo era multifacético, provocaba tristeza y risas al mismo tiempo. Sus atuendos negros y gritos, que pretendían ser lastimeros, evocaban un supuesto dolor. En cambio, los gestos burlescos y de coquetería hacían reír a los curiosos.El personaje más visible del grupo, formado además por un hombre disfrazado de año viejo viviente, y muchos nietos y nietas llorosos, era una mujer, o, más bien, un hombre vestido de mujer, conocido con el apelativo de “Loca viuda”.Coqueteaba con los hombres jóvenes y viejos, bien y mal vestidos, pobres y ricos, atractivos o antipáticos.“Una limosnita para el viejito. Uhuu, uhuu... Venga, consuéleme que me quedo sola, abandonada, sin nadie quien me abrace”, decía, mientras repartía besos o se levantaba la falda para indicar la parte alta de sus piernas.La loca viuda y los otros miembros del cortejo tenían en las manos un plato u otro recipiente para recoger limosna, por lo general monedas de mínima denominación.Había también un personaje tenebroso. Aparecía cuando menos se pensaba. Era un hombre vestido solo con pantaloneta y estaba pintado de negro todo su cuerpo. Tenía una máscara tallada en piedra pómez, de color rojo intenso, con una sonrisa amplia y dos cuernos negros que brotaban de la frente. En su mano derecha llevaba una lanza que terminaba en dos puntas en uno de sus dos extremos. Era el diablo, en busca del alma del viejo.Esta escena, que la viví durante una parte de mi adolescencia en El Tejar, caserío de Pujilí (Cotopaxi), se repitió ayer en ese lugar y en diversas poblaciones urbanas y rurales de la serranía y el Oriente, y en menor porcentaje en la Costa ecuatoriana. Es una tradición que resiste a la influencia moderna.La directiva del barrio organiza un programa festivo, con actos deportivos y sociales para despedir al año y recibir al nuevo. Pasadas las 23h00, se hace la lectura del testamento, y casi todos los habitantes de la barriada reciben su herencia. Al fin, los abrazos, los gritos de viva el Año Nuevo y el baile.La despedida del 2003 no fue distinta, ayer. Cientos de cortejos formados por viudas, nietos y diablos salieron a las calles y carreteras del país. En la provincia de Tungurahua, por ejemplo, la Panamericana y las arterias intercantonales e interparroquiales permanecieron prácticamente sitiadas por estos grupos, que colocaron cabos o palos de eucalipto en forma de peajes.En Riobamba, las locas viudas y sus acompañantes recorrían todos los sectores de la urbe, pero se diferenciaron de otras localidades porque en gratitud por la limosna brindaban a los transeúntes copas de licor o el infaltable vino hervido o canelazo (agua de canela, azúcar, limón y aguardiente de caña), ideal para calmar el frío interandino.Mauricio Heredia, estudiante de séptimo año de Medicina y que personificó a la loca viuda en esa ciudad, dijo que la tradición sirve para divertir a la gente y que así reciba motivada al nuevo año.En Cuenca fue imposible transitar después del mediodía, porque, además de los peajes improvisados por las viudas, muchas avenidas estaban cerradas para ceder espacio a los actos festivos y colocar las tarimas en las que se exhibían los monigotes.El Año Nuevo llegó, pero las ocurrencias de las viudas seguirán impregnados en la mente de los ecuatorianos, hasta el próximo diciembre. TESTIMONIO “Me vestí de loca viuda en mi barrio de Riobamba. El dinero que se recaudó sirvió para pagar el disco móvil que alegró mi sector, para comprar aguardiente que repartimos a la gente y para recuperar los gastos de la confección de la tarima y el monigote. Por el alquiler de la ropa no se pagó porque se utilizó la de las ñañas de los panas”. Mauricio Heredia Estudiante de Medicina.

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