Un premio al sacrificio silencioso, un reconocimiento a quienes consiguen ser los mejores, ese es el significado de ser abanderados para algunos estudiantes que han presidido el acto cívico de mayor importancia en la vida estudiantil.
Pablo Concha, de 18 años, no se encerró entre los cuadernos con el propósito de portar la bandera, pero sí con el deseo de aprender y superarse. “Esta es una meta difícil de alcanzar, pero la conseguí porque puse mucha responsabilidad y empeño”, aseguró el abanderado del colegio Liceo Naval.
Publicidad
Por su parte, Andrea Hidalgo Medina, de 11 años, se propuso ser la mejor desde el primer día que ingresó a la escuela Dolores Icaza.
Su promedio de 9,29 lo confirma. “Siempre aproveché la educación, me pareció muy buena y por eso me dediqué a estudiar”, recalca. Entre banderas nacionales, locales y del plantel, ella se llena de civismo y llega a la conclusión de que portar uno de los símbolos patrios es un “honor único en la vida”.