Jimmy Xavier, de 2 años, se desespera al oír una moto; Johnny Antony, de 5,  no quiere ir a cortarse el pelo.

Tres madres que coincidentemente se llaman Dolores, sufren porque no tienen una respuesta para sus vástagos ante la falta de sus padres, dos de estos víctimas inocentes del operativo Fybeca, del pasado 19 de noviembre. El otro continúa supuestamente desaparecido.

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A Dolores Briones, de 31 años, esposa del mensajero de Fybeca, Guime Córdova Encalada, se le quiebra la voz al decir que no sabe cómo responderle a su hijo Jimmy Xavier de 2 años y 2 meses, cada vez que este la interroga: “Mama, ¿dónde está papa?”. “Mi hijo pregunta por su padre al levantarse, a la hora del desayuno, en el almuerzo y en la merienda. Antes de acostarse me dice: “¿Por qué no viene papa?”. Ya no resisto esta pesadilla. Le digo: “Hijito mío, papito está en el cielo”, pero mi niño no acepta la explicación. Me dice que su padre está vivo y que ya mismo llega en la moto”, refiere con tristeza.

El pequeño Jimmy Xavier, como era su costumbre hasta hace un mes, esperaba la llegada de su padre. Apenas escuchaba el rugir de la motocicleta que conducía el mensajero de Fybeca, el niño salía de donde se encontraba y corría a verlo, lo abrazaba y se ponía a jugar, dice la madre. Ahora, cada vez que escucha una moto, se levanta de la mesa o de la cama y exclama: “¡Papa!”, agrega la viuda.

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Dolores Briones sigue en la casa que le dejó Guime Córdova, en el sector de El Fortín, en el noroeste de Guayaquil. La acompañan su hermano Inocente Briones y su esposa, Jesús Suárez. La cuñada la ayuda en el cuidado del niño, mientras ella sale a la calle en busca de justicia por el asesinato de su esposo durante el tiroteo en que un grupo de 20 policías supuestamente frustró un asalto a esa farmacia en la ciudadela Alborada.

Amada Herrera, una ex compañera de trabajo, ayuda a Briones en la compra de la leche que necesita el menor. Desde que falleció el mensajero la esposa no tiene dinero para esas necesidades. A veces –dice la madre– se hace la que ignora para tratar de que el chico se olvide, pero este, para exigir una respuesta, le acaricia el rostro y le insiste, “¿y papa, mama?”.

La mujer detiene su relato, guarda silencio, se lleva las manos al rostro y rompe en llanto. ¡No resisto más! No sé qué hacer, no tengo palabras para hacerle entender”. Hoy irá al cementerio a mostrarle la tumba “y a decirle que su padre está encerrado en esa bóveda. ¿Qué más puedo decirle?”, pregunta la desesperada mujer.

Sin cortarse el pelo
El pequeño Johnny Antony Gómez Guerra, de 5 años, no quiere cortarse el pelo hasta que llegue su padre, Johnny Gómez Balda, para ir con él, como solía hacerlo cada dos semanas, dice María Dolores Guerra, la esposa del supuesto desaparecido tras el tiroteo.

Esta mujer se desespera porque el niño es más grande y le exige ver a su padre. Dolores Guerra le dice que “papá está preso, pero el niño no se conforma e insiste en que quiere verlo”.