Un total de 180 personas acuden diariamente al Consulado ecuatoriano en Barcelona, situado en el Pasaje Llovera, uno de los sitios más residenciales de la ciudad.

El movimiento comienza muy temprano en las inmediaciones de la sede diplomática. A las 06h00 aparece el primer compatriota que se ubica en la puerta del Consulado para acceder al primer turno.

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“Vengo desde mi trabajo. Laboro en una fábrica toda la noche”, dice mientras abre un periódico, El País, que piensa leer para torear la tediosa espera.

En pocos minutos se presentan otros ecuatorianos y la fila crece.

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“Coja el turno, él es el primero, yo el segundo y usted el tercero.

¿Tiene un cigarrito pana?”, dice uno de ellos, ataviado con una chompa roja, bufanda y gorro de lana.

“Y usted, ¿de dónde es?”, pregunta. “De Quito”, le responde el otro.

La cola sigue aumentando y entre los ecuatorianos se rompe el hielo. “¿En qué trabajas?, ¿cierto que están deportando a la gente?, ¿tienes papeles?”, es el diálogo.

El asunto de los documentos se convierte en el tema central de la conversación. Cada uno explica su situación y especula con el alcance de la última reforma de la Ley de Extranjería. “Dicen que los indocumentados tenemos tres meses de plazo para buscar trabajo, si no, nos deportan”, comenta uno que por su acento se deduce que es de Azuay.

“Como si no estuvieran deportando”, señala otro, al referir que cuatro de sus amigos han sido enviados a Ecuador en los últimos meses.

El azuayo retoma la conversación y explica al grupo de compatriotas que se le perdió el pasaporte y justo un policía le pidió los papeles. “Le dije que me los olvidé en el piso, pero igual me cargó a la Verneda (la cárcel para indocumentados). En la cárcel me entregaron un oficio en el que dice que estoy expulsado y que debo abandonar España en 72 horas”, agregó.

“¿Y qué pasa con los que tenemos residencia y no un permiso de trabajo?”, pregunta el de la chompa roja, que por fin se decide a contar que es el hermano menor de Wilson Pacheco, el inmigrante que murió ahogado el 26 de enero pasado en las aguas del Puerto Olímpico de Barcelona.

La conversación sube de tono y el reloj marca las 09h00. Justo en ese momento aparece la cónsul Doris Melo. “¡Buenos días!, ¿tienen frío?”, dice en tono amistoso.

Y Melo empieza a atender, pero les exige la cédula de identidad. Quien no la tiene, “en vano hizo fila”, le dice.

DIPLOMÁTICOS
EN ORDEN

 Un empleado, ex militar ecuatoriano, abre la puerta. “¡Por favor!, sentarse en el orden de la fila”, pide la consulesa Doris Melo.

SIN NEGOCIOS
 La consulesa dice que es funcionaria de carrera y que no acepta negocios. “Los precios que se cobran son los que rigen en los consulados del Ecuador en el mundo”, les advierte.

TRÁMITES
Tras 20 minutos de discurso, el encargado de información entrega los turnos y, para muchos ecuatorianos, solo fue un día más de trámites.