Huevos, hierbas, limones y flores son algunos de los elementos que los curanderos utilizan para el mal de ojo.

A 34 kilómetros de Guayaquil, en pleno centro del cantón Samborondón, una habitación de madera, de dos metros por dos, está oculta dentro de una casa mixta, ubicada junto al Registro de la Propiedad.

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En el portal hace antesala Pedro Reyes, de 53 años, con su hijo Juan, de 10, a quien una prima, según dice, le ojeó por reírsele mucho. Tiene dolor de cabeza, fiebre de 30 grados, náuseas y decaimiento.

La puerta se entreabre y desde su interior se escucha una voz: “¡Paseee!”. Los rayos del sol que entran por la ventana iluminan tenuemente la figura obesa de Geralda, una de las curanderas del pueblo, cuya apariencia es la de una abuela gruñona, sin dientes.

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Sus cabellos plateados y los surcos de su frente dejan ver sus 80 y tantos años, los que ella no recuerda con exactitud. Solo sabe que hace 40 su tío le enseñó el arte de curar.

Su quinto cliente hasta el mediodía, el niño Reyes, ya sabe el ritual (es la tercera vez que se lo practican). Con sus ojos achicados por la fiebre se sienta en una de las tres sillas de plástico, frente a la mesita sobre la cual está una cubeta de huevos, una jarra con agua y un vaso de vidrio.

Su padre le ayuda a sacarse la camisa y su cuerpo tembloroso es detenido por las manos gruesas de la mujer, en cuyos dedos sostiene un huevo pequeño, que lo pasa de arriba hacia abajo por la cabeza, los párpados, la cara y el torso del pequeño.

De 10 a 15 minutos dura la sobada, para luego quebrar el huevo sobre el vaso y colocarlo en el agua. Unas hilachas blancas, que ella llama velas, certifican la inquietud de su padre: el niño está ojeado.

El amigo ‘Paisita’
Félix Cruz, agricultor, de 43 años, llegó sudoroso y deshidratado por un vómito de dos días hasta la casa de Adulfo Castillo Arce, más conocido como “el amigo Paisita”.

“Tengo síntomas de ojo”, alcanzó a balbucear mientras se quitaba la camisa para que el curandero, un esmeraldeño de contextura gruesa y piel morena, comenzara su labor.

Con los ojos cerrados el Paisita sobajeó por varias ocasiones el huevo sobre los párpados del hombre, mientras rezaba el Padrenuestro y la oración de la Magnífica.

Haciendo la señal de la cruz tomó el limón y repitió la escena. “Esto es para estabilizar la temperatura del cuerpo”, explicaba el Paisita.

Acto seguido agarró una rama de palma, aquella que se utiliza el Domingo de Ramos, y midió la cintura del enfermo. “Las puntas se entrelazaron sin mucho esfuerzo. Es señal de que tiene mal de ojo, señaló Castillo”.

“Creo desde que a un primo, que estaba ojeado, lo mató un médico porque le puso una inyección. No quiso ir al curandero”, explica Manuel Mendoza, de 37 años.

EL RITUAL
INSTRUMENTOS

Huevo: descifra el ojo. Limón: quita el malbajo y estabiliza la temperatura del cuerpo. Rama de paja: actúa como termómetro. Se usan también hierbas como álamo, manzanilla y sánalo todo.

DURACIÓN
La sanación puede durar de 3 a 15 minutos, depende del tiempo en que se tome el curandero. Para que sea efectivo el ritual debe repetirse dos o tres veces, uno por día, según la gravedad del paciente.

VALOR
En los pueblos los sanadores cobran 1 dólar por pasar el huevo y verificar si está ojeado. Es optativo del enfermo llevar hierbas o puro, si quiere que la curación sea más rápida.

CREENCIAS
Los mitos señalan que el ojo se le pega a la persona débil siempre que otra fuerte lo mire mal o se le ría en exceso. Se puede curar si el que ojea le coloca parte de su saliba en la oreja o en la frente, haciéndole la señal de la cruz.