Conocían los israelitas que el Mesías, según habían anunciado los profetas, haría maravillas nunca vistas. Y sabían que Isaías, según la Iglesia nos recuerda hoy en la primera lectura de la Santa Misa, había concretado que energizaría las pupilas de los ciegos, despegaría los oídos de los sordos, haría que los cojos retozaran como cervatillos, y que la adormilada lengua de los mudos se volviera cantarina.