Poner un negocio en el país es un riesgo que Teresa Castro se atrevió a correr. Ahora tiene 3 locales y vende 1.500 bolones diarios.
Imagínese que tipo ocho de la mañana, camino al trabajo, le provoque un bolón mixto, un buen café pasado, unos huevos tibios y un jugo de naranja purito. ¿Qué bueno, no? Pues mucha, muchísima gente prefiere no imaginar, sino ir a El café de Tere (que tiene en el centro de cada mesa su jarrita de esencia de café y también chocolate para el desubicado) y pedir un desayuno (que le costará máximo $ 3).
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Si triunfar en Ecuador suena a cuento de hadas, empecemos esta nota con el clásico “Érase una vez”.
Érase una vez una señora manabita (pero que hace 40 años vive en Guayaquil) que decidió dejar de ser una terriblemente mal pagada enfermera y aventurarse a vender (desde la ventana de su casa en la Alborada) esos bolones de receta secreta y ancestral que eran celebrados por amigos y familia (esto lo cuenta su hijo Víctor Campuzano) y ahora socio y se señala la barriga para dar fe física del testimonio verbal).
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De confianza y sacrificios
¿Cómo esta mujer de la venta por la ventana creó una clientela que hoy demanda aproximadamente 1.500 bolones diarios, además de cientos de tortillas, panes de yuca, muchines, humitas y otras maravillas típicas como ese pecado de verde, queso, huevo y cebolla blanca que es el tigrillo?
La respuesta de Tere podría ser una máxima nacional: “Hay que vender confianza”.
¿Sacrificios? Tere puede hablar de algunos. Uno de ellos, por ejemplo, la noche. Ella, como dice la expresión popular: “Se acuesta con las gallinas y se levanta con los gallos”. Máximo a las siete está dormida, porque a las cuatro está de pie para tener listo todo a las seis, hora en la que los madrugadores con hambre aparecen en la puerta de cualquiera de sus locales para cumplir aquel mandato sabio de “desayunar como rey”.
“Mi mamá nunca sale en la noche, los cumpleaños se celebran en la tarde, no va a fiestas o matrimonios”, dice su hijo.
El café de Tere abre todos los días hasta las 15h30.
El secreto
Frente a una taza de ese aromático café pasado, que se cultiva en las mismas tierras en las que crecen los racimos de verde (consumen 900 mensuales), las papayas, las yucas, las naranjas y otros de los productos con los que se cocina y que pertenecen a la sociedad familiar, ella habla de creatividad, esfuerzo y amor por el trabajo. Trilogía imprescindible (no habla de magia o casualidad) para alcanzar el éxito.
“Yo no le doy de comer a usted, usted me da de comer a mí. Yo tengo que hacer que usted confíe en que lo que yo le vendo es bueno, es de calidad”, dice.
Un localcito en el norte
El primer Café de Tere era uno pequeñito y ahora son tres locales juntos en la Alborada, otro más en la misma ciudadela y un tercero (enorme con parqueadero interior) en La Garzota.
Hay cosas que no han cambiado en diez años de trabajo. Su esposo –Eduardo Procel–, sus hijos y ella, están constantemente en los diferentes locales. Claro, antes eran solo ellos y ahora dan empleo y entrenan a 25 personas. Algunas de ellas, paralelamente, estudian hotelería y turismo. Se entiende la amabilidad y la sonrisa, condiciones bastantes escasas en la atención ecuatoriana.
Los bolones van y vienen igual que los clientes: sin parar. Ella muestra con chochera (no hay otra palabra) el empaque de sellado al vacío con el logo del local que recién le han entregado y que permitirá a la gente pedir cualquiera de sus maravillas manabitas “para llevar”, sin que pierdan calor, consistencia y sabor.
Desayunar como manabitas
Aunque la mayoría de los clientes que están a esa hora en el local coinciden en que van más de una vez a la semana, uno de ellos, Omar Salazar, comerciante, a las 11h15, frente a la humeante taza de café, el bolón (mixto, grandote), el jugo y los huevos pasados, confiesa que va a El café de Tere cuatro veces por semana desde hace tres años.
Imagínese que pueda pasar por allí, hacer el pedido desde su carro y llevarse en los envases herméticos su delicioso (y económico) botín. Espere. ¿Adónde va? El autoservicio todavía no está disponible, lo estará pronto, además habrá servicio a domicilio.
Cuando vaya busque a Tere. Es tan amable que el otro día un cliente le dijo que “aunque ella ya era mayor”, le iba a decir a los dueños que nunca la despidieran, le dio $ 5 y se fue con “barriga llena y corazón contento”.