Los jóvenes. Un reciente concierto de rock celebrado en Guayaquil la semana pasada nos permitió echar un vistazo a los miembros del mundo ‘underground’ y su filosofía.

En Guayaquil no hay sitios específicos, como bares,  en los que se reúnan los seguidores de la cultura roquera.

Sindicato Nacional de Músicos, viernes 18 de julio, 20h00. La puerta del baño está cerrada, seguro hay alguien dentro. Y mientras el oficial de policía baila al contenerse las ganas de entrar, a escasos dos metros una veintena de roqueros vestidos de negro mueven sus cabezas eufóricos por el death metal del grupo Fábrica de Caníbales, que abrió el concierto por el lanzamiento del disco compacto 7 veces 7, de la banda Profecía.

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El uniformado conoce poco de la cultura rock, y no recuerda haber escuchado hablar del underground o subterráneo. Y si lo escuchó, quizá pensó que se trataba de algún proyecto de transporte urbano. Pero nadie puede culparlo, llegó con 5 compañeros por disposición de la Intendenta de Policía, para mantener el orden durante el evento, y asegurarse de que se cumpla la prohibición de venta de bebidas alcohólicas.

Por eso se siente despistado por el doble espectáculo que contempla: sobre el escenario, una banda castiga con violencia los instrumentos mientras el cantante se desgarra la garganta sobre el micrófono. Y abajo, decenas de jóvenes saltan y chocan unos con otros llevados por la música, la euforia y una ideología rebelde en contra de lo que ellos llaman los estereotipos y mentiras de la sociedad.

Ellos sienten que los quieren engañar tal como sucedió con sus padres, por eso crearon su propio mundo (llamado subterráneo), que muy bien puede encontrarse en una esquina de barrio, una tienda roquera, en la casa de alguien o donde sea que se escuche alguno de los tantos derivados del rock.

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Tal universo ahí estuvo representado por sus seguidores, y presente también en la legión de chicos y chicas que se agolpan en las afueras del local. Pero no todos entrarán, muchos vinieron simplemente para sentarse en la vereda a conversar con otros roqueros sobre temas que les interesan, como bandas, conciertos y géneros ligados al rock.

Esto es comprensible porque en la ciudad no hay sitios específicos, como bares, donde se reúnan los miembros de esta cultura, debido en parte al fracaso económico de los pocos establecimientos que han intentado cumplir ese propósito, estrellándose con el carácter poco gastador de los roqueros.

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Un movimiento que crece
José Tobar, el organizador del evento, está parado a la entrada del local cobrando los 7 dólares de la admisión. Saluda con muchos de los asistentes mostrando un cierto grado de amistad, debido a que los conoció en alguno de los 30 conciertos que ha organizado en los últimos 8 años.

Además, porque el mundo rock puede considerarse como un pueblo pequeño, en el que es fácil distinguir a sus habitantes. Pero eso está cambiando, dice José, porque cada vez son más los fanáticos que asisten a los conciertos, visitan su tienda de artículos relacionados a esta tendencia y adquieren la revista especializada en rock que él edita con un grupo de amigos y colaboradores. También es manager de algunos grupos de esta tendencia.

Tales antecedentes muestran su pasión por impulsar esta cultura, convirtiéndola en un medio para ganarse la vida.

Para Elvis Vera (de 23 años), que vino al concierto con su hermano y unos amigos, el rock no representa trabajo, pero sí una forma de existir y de ser él mismo. “Nosotros no somos copia de nadie, ni siquiera de las bandas que nos gustan. Cada roquero es original y único”, dice este joven fanático del rock extremo, como el trash metal, death metal y black metal.

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Y como el metal y la roca, el rock perdura dejando atrás la mentira de que es una moda pasajera, sino una filosofía de vida que crece en Guayaquil, con chicos que son parte de una sociedad que en ocasiones los relaciona con la drogadicción, el alcohol o la prostitución.

Rechazan los prejuicios hacia ellos que, según coinciden muchos de los que estaban aquel día en el concierto, son producto del desconocimiento. Ante eso responden con actitudes rebeldes que expresan a través de su lenguaje, vestimenta, accesorios y bailes.

Pero más que nada al defender su derecho de escuchar la música que les gusta, y que les ayuda a desfogar los sentimientos que llevan dentro.

Sitios de venta de productos roqueros: Brutalidad Total (García Avilés y Luque), Anónima (Boyacá y Luis Urdaneta), Metalmanía (9 de Octubre y García Moreno).

METALERO
Por lo general, viste de negro totalmente, o con blue jean roto ajustado a las piernas, brazaletes o spikes (clavos), botas o tenis (trashers) que le da una imagen de rebelde solitario. Con melena o no, con la camiseta de su grupo favorito, tiene un carácter introvertido. Gusta de las historias llenas de misterio, terror y ocultismo.

PUNKERO
Visten ropa de marca deportiva aunque aparenten estar sucios. Son los “niños bien” del mundo rock. Junto a otros aditamentos como cadenas y spikes en las muñecas y el cuello, muestran su filosofía anarquista a quien trate de cruzarse a su paso. Tienen una élite conocida como la Unión Punk.

EL SUAVE
Viste con camisetas o camisas de cuadros, sin olvidar el clásico jean. No discriminan ningún género. Aunque prefieren no escuchar todo lo que tenga que ver con el metal, al menos que sea del clásico. En realidad, gustan del rock latino (Maná, Caifanes, Soda Stereo) y tienden a ser más aventureros.

EL ALTERNATIVO
Están actualizados en las nuevas tendencias alternativas del rock, tanto en la música como en la forma de vestir. No tiene problemas con nada en absoluto, algunas veces son confundidos con gogoteros o raperos, y también gustan de los deportes radicales (infaltables en el skate park).