Para el funcionario público y el vocero del régimen, que desearían que se juzgue su paso por el poder desde una perspectiva histórica, siempre será un lapso demasiado breve. Para el ciudadano común y corriente, que aspira con impaciencia a que su calidad de vida no se siga deteriorando, casi con seguridad será un plazo demasiado largo si no aprecia resultados prácticos que satisfagan sus expectativas.
Entre esos dos extremos, ¿puede existir alguna fórmula de conciliación?
La respuesta es afirmativa: bastaría con demostrar que la dirección en la que avanza el manejo de la cosa pública es la apropiada, de tal manera que si en lo inmediato los beneficios aún no se aprecian, es solo porque para llegar a la cosecha, primero hay que sembrar.
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Pero es allí, precisamente, donde falla el balance de los seis primeros meses del actual gobierno. No en los resultados, ya que sería injusto reclamarlos a solo seis meses de gestión, pero sí en la confusión que reina en cuanto al rumbo escogido, con rectificaciones y giros que se han vuelto costumbre, y de los que al final muy poco queda en claro.
Con toda seguridad estaremos sembrando, pero nadie sabe bien en qué consistirá la cosecha, y eso no es bueno para ningún gobierno.
Y sobre todo, no es bueno para el país.